Hace unos días cayó en mis manos un curioso artículo escrito a mediados del siglo XIX titulado: “Sobre el tarantulismo”. La reseña en cuestión fue publicada el 12 de marzo de 1843 en un boletín oficial de medicina[1] por el doctor Carlos Mestre y Marzal, que fue médico-director de los Baños Minerales de Puertollano. En este artículo se define el tarantulismo como “una herida envenenada producida por el veneno deprimente de la tarántula, que altera la sangre apagando su vitalidad y dando origen a una neurosis especial más o menos intensa”, añadiendo que si la persona era picada en “el acto del coito o durante la canícula[2]”, se acentuaban en extremo los síntomas de debilidad. A lo largo de su exposición, el doctor Mestre argumenta científicamente la veracidad de todas las supersticiones y fantasías populares que circularon por Europa desde la Edad Media en torno a la fama de la tarántula como animal peligrosísimo. Todavía faltaban algunos años para que la ciencia demostrase que esta fama no tiene ningún fundamento de peso sobre el que sostenerse.
En el Diccionario de Pascual Madoz (1848)[3] se describe a Mestanza como una villa en la cual son “muy frecuentes las picaduras de tarántula”. Según la creencia popular, al principio las personas apenas sentían dolor, pero conforme pasaban las horas sentían un malestar creciente que se iba agravando para derivar en insomnio, depresiones melancólicas, llanto, náuseas, asfixia, alucinaciones y convulsiones, pudiendo llegar a la muerte si no eran atendidos con prontitud. Para su curación estaban recomendados desde antiguo varios remedios tales como el cauterio[4] de la parte infectada, el vino de romero, la triaca[5], el hisopo[6], el toronjil[7] y el bol arménico[8]. El doctor Mestre, no obstante, rechaza de plano todos estos remedios ya que “en ninguno de ellos encuentra el paciente alivio alguno, siendo por el contrario su uso suficiente para agravarse”. Y añade: “El único medio pues a que tenemos siempre que recurrir y que (tan) buenos resultados produce es la música llamada tarantela, sin que ninguna otra clase de música aproveche para el caso de que nos ocupamos”.
La tarantela o danza de la tarántula era un baile de música muy rápida y de movimientos frenéticos que hacían sudar profusamente al paciente. Este baile se podía prolongar durante varios días, con descansos regulares de tres o cuatro horas, tras lo cual el paciente caía rendido en un profundo sueño del que despertaba curado. Según el doctor Mestre, se “empieza a bailar al compás de la tarantela más o menos aprisa, según la velocidad mayor o menor del que toca. Durante este violento ejercicio, el enfermo se encuentra combatido de dos afectos distintos: su cara se anima, sus ojos están brillantes, su pulso se desarrolla, su respiración es grande, algunas veces manifiesta una ligera sonrisa y denota en su fisonomía el placer que le causa ese estado; y en medio de esto se le oye suspirar de cuando en cuando, y no pocas veces derramar lágrimas mezclando así su placer con tristeza. Si por acaso el músico pierde el compás, o muda de son, el enfermo instantáneamente cae al suelo cubierto más o menos de sudor”. En ocasiones, el enfermo que había sido curado, recaía de nuevo al volver la estación del año en que había sido picado. Incluso, añade el doctor Mestre, “a veces, al año o a los dos años de haber sido picado por la tarántula un sujeto, éste se lanza al baile en cualquier parte que se halle en cuanto oye la tarantela”.
El doctor Mestre finaliza su exposición narrando tres historias acaecidas en Mestanza con las cuales pretende avalar su teoría, indicando que: “para convencer a los incrédulos, no puedo menos de transcribir a continuación las tres historias siguientes observadas por mi señor padre”. Me he permitido encabezar cada una de ellas con los siguientes títulos: Ocho embarazos bailando la tarantela, Al borde del sepulcro y Una noche de boda tarantulada.
OCHO EMBARAZOS BAILANDO LA TARANTELA
“Jerónima Rincón, alias la Celemina, natural de Mestanza, provincia de Ciudad Real, de 40 años de edad, de temperamento sanguíneo, idiosincrasia gastrohepática, casada, en el mes de julio de 1817 sintió una picadura como de una pulga en la parte lateral anterior izquierda del cuello, y a los cuatro minutos fue acometida de una ligera lipotimia que, graduándose insensiblemente, fue convirtiéndose en un verdadero síncope, para volverle del cual, se le aplicaron toda clase de remedios recomendados para tales casos, siendo todos enteramente inútiles hasta que sospechando si habría sido picada por una tarántula, por ser en dicho pueblo muy frecuentes estos insectos, empezaron a observarla atentamente y se notó en la ya citada región del cuello una picadura amoratada negruzca situada en el centro de un tumorcito como un pequeño garbanzo duro y circunscrito; sin detenerse un instante se procedió a tocar la tarantela a las once de la mañana; a los dos minutos empezó a notarse cierta titilación en el punto picado; a los cinco minutos empezó a mover el cuello propagándose este movimiento convulsivo a los brazos y piernas en términos que, a los trece minutos de haber empezado a tocar la tarantela, la enferma había vuelto enteramente del síncope dando frecuentes y prolongados suspiros, y se hallaba bailando con la mayor agilidad persistiendo en este ejercicio hasta las doce en punto en que se dejó de tocar la (tarantela) y en cuyo mismo instante cayó en el suelo cubierta de un sudor copioso, el que se procuró hacer que conservara a fuerza de cuidado y de abrigo; a las dos horas de haber bailado estaba bastante tranquila quejándose sin embargo de cierta debilidad consiguiente al ejercicio tan violento que había soportado y a la evacuación de sudor tan considerable que había experimentado la infeliz.
A los ocho días de haber repetido el baile en los términos y por el tiempo que en el primer día, se halló libre de la dolencia.
Al año siguiente (1818) se casó la Jerónima y hallándose embarazada, se puso triste (y) melancólica, y se vio acometida de fuertes lipotimias alternadas de una convulsión bastante graduada en el sitio en donde el año anterior le había picado la tarántula; más como de esta dolencia había curado completamente, y los síntomas que presentaba entonces podían muy bien referirse a su embarazo, no se hizo caso para la curación de la picadura del insecto, y se la prescribieron varios remedios, calmantes y antiespasmódicos, logrando con ellos empeorarse cada día más en vez de adelantar en su curación; al fin cansados de aplicar toda clase de medicamentos, a ruegos de la misma enferma, se tocó la tarantela con todas aquellas precauciones consiguientes al estado en que se hallaba la infeliz, y a los tres días de haber usado este remedio se encontró libre de las convulsiones y de las lipotimias, volviendo luego su carácter a ser alegre y adquiriendo en una palabra el estado más completo de salud; pero lo más particular, y lo que más debe llamar la atención es que en los ocho embarazados que dicha Jerónima padeció, en todos ocho se notaron los mismos síntomas que en el primero,y en todos ellos la música fue el medio único y enérgico que la volvió la salud, sin que desde el último embarazo hasta el día de la fecha haya vuelto a tener la menor novedad.”
AL BORDE DEL SEPULCRO
“María Antonia Melitón, de 24 años de edad, temperamento nervioso en extremo, soltera y natural de Mestanza, se vio acometida en el mes de julio de una convulsión general que llamó mucho la atención de todos los vecinos y del cirujano del pueblo; la convulsión estaba acompañada de una adinamia[9] bastante profunda; y viendo que cuantos remedios se le aplicaban eran inútiles, se llamó a otros facultativos, los que después de un examen atento y detenido de los síntomas que presentaba la dolencia, se le propuso y puso en práctica un plan especial compuesto de los narcóticos ligeros y de los antiespasmódicos más apropiados, logrando con este plan solamente ver los inútiles esfuerzos del arte, pues la enfermedad quedó en el mismo estado pasando la desgraciada Antonia seis días horrorosos acometida de las referidas convulsiones, que alteradas y acompañadas las más veces de un estado adinámico considerable, ponían a la infeliz al borde del sepulcro; al fin después de ensayada toda clase de remedios, se empezó a observar atentamente la piel de la enferma, y se notó en la parte interna del antebrazo derecho una picadura como de una pulga y con los mismos caracteres que varias veces hemos descrito.
Desde luego no se titubeo ni un instante en proceder a tocar la tarantela; a los dieciocho minutos de haber empezado esta tocata, empezó la enferma a dar pruebas de volver en sí; abrió poco a poco sus lánguidos ojos sin fijarlos al pronto en ningún objeto, y animándose algo más al cabo de otros cinco minutos en cuyo instante empezó a percibirse la titilación en el antebrazo, lanzándose a la media hora de haber empezado la música en medio de la habitación y bailando por espacio de tres cuartos de hora, dando ciertos gritos y tan discordes voces que parecía frenética, cayendo al suelo cubierta de un sudor copiosísimo que inundaba todo su cuerpo.
Al mes siguiente repitió la misma operación bailando la María Antonia por espacio de media hora pero sin dar tales gritos como el día anterior.
Por espacio de quince días tuvo que repetirse la música notándose al cabo de ellos enteramente libre de la convulsión y de las continuas lipotimias, repitiéndole no obstante algunos de los síntomas de convulsión al año siguiente, los cuales fueron curados con tres días de baile, sin que en lo sucesivo tuviese ya ninguna incomodidad alguna en época ninguna del año.”
UNA NOCHE DE BODA TARANTULADA
“Un joven natural de Mestanza de 16 años de edad fue picado en el pie derecho por una tarántula; se recurrió al baile (como) único remedio para esta dolencia, la que fue combatida convenientemente, quedando libre de ella a los veinte días de haberla contraído.
Pasaron cuatro años sin que este joven hubiese tenido novedad alguna, excepto cuando oía tocar por casualidad la tarantela, pues entonces se agitaba en tales términos que si no se le alejaba del paraje de la música, empezaba a bailar con la mayor energía sin poderle contener cuantos le rodeaban.
A los cuatro años de haber sido picado por la tarántula casó con una joven del mismo pueblo, y varios mozalbetes amigos de él, resolvieron que no habían de dejarle dormir la noche de boda; reuniéronse pues a eso de las once dando músicas diferentes por la población, y cuando el infeliz tarantulado acababa de echarse en el lecho, la comparsa de músicos empezó a tocar la tarantela y sin poderse contener, se arrojó de la cama y estuvo bailando media hora, que fue el tiempo que duró la música; desaparecieron los jóvenes y el desgraciado novio sumamente rendido se restituyó a su lecho cubierto de un sudor copioso. Dos horas habían transcurrido cuando se oyó otra vez debajo de la ventana la tarantela tocada con la mayor velocidad, teniendo instantáneamente que lanzarse (por) segunda vez del lecho el nuevo desposado, y cayendo a intervalos en el suelo porque los músicos, que habían jurado no dejarle descansar aquella noche, cumplían su juramento con demasiado rigor.
Aquella escena era demasiado seria; y viendo por una parte que habían logrado su intento y por otra las reprensiones del padre del tarantulado, que salió a la ventana y contó lo que sucedía con su hijo, conociendo también los mozalbetes que aquello podía ser muy serio si insistían por más tiempo, tomaron el partido de retirarse divulgándose al día siguiente la noticia por las inmediaciones, sin que desde entonces halla vuelto a padecer del tarantulismo a pesar de haber oído varias veces tocar la tarantela.”
[1] Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia. Periódico oficial de la Sociedad Médica General de Socorros Mutuos. Segunda Serie. Número 118. Páginas 75 a 78.
[2] Periodo del año en que es más fuerte el calor.
[3] Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
[4] Quemar la herida.
[5] Confección farmacéutica usada de antiguo y compuesta de muchos ingredientes y principalmente de opio.
[6] Mata muy olorosa de la familia de las Labiadas.
[7] Planta herbácea de la familia de las Labiadas.
[8] Arcilla rojiza procedente de Armenia y usada en medicina.
[9] Extremada debilidad muscular que impide los movimientos del enfermo.
(Publicado en el Catálogo de Fiestas de 2011)