Eugenio Noel

          Hoy nadie recuerda a Eugenio Noel. Pero durante el primer cuarto del siglo XX fue uno de los escritores más famosos de España. Nació en Madrid en 1885 en el seno de una familia humilde. Noel pudo estudiar en un seminario gracias a una aristócrata en cuya casa servía su madre. Pronto perdió la fe y comenzó su carrera como periodista bohemio. Tuvo una relación con la cantante María Noel, que le dio el apellido para su seudónimo e inspiró su novela Alma de santa. En 1909 se alistó voluntario para luchar en Marruecos. Sus artículos sobre la campaña de África en el periódico España Nueva, recopilados en el libro Notas de un voluntario, le valieron una condena a prisión en la cárcel Modelo. Pero lo que realmente hizo famoso a Noel, su verdadera razón de ser, fue su feroz oposición en contra de la fiesta de los toros. Esta obsesión le llevó a un interminable peregrinaje por España y América, dando cientos de conferencias antitaurinas y acudiendo a todas las plazas para denunciar el espectáculo desde la barrera.

eugenio-noelAborrezco que se torture a un animal. También, como dijo alguno, prefiero a una piara de cerdos a un consejo de ministros. Pero con las corridas de toros hago una excepción. Cada cual tiene sus contradicciones, y una de las mías es que me gusta el espectáculo de un hombre valiente frente a un animal noble. Dicho esto, no me cabe ninguna duda de que Eugenio Noel era más valiente que treinta toreros juntos. Hoy en día es fácil ser antitaurino, pero hace un siglo era un boleto para ser linchado con premio seguro. Era la Edad de Oro del toreo. Las corridas de toros tenían una resonancia y una trascendencia que hoy no tienen. La noche después de una buena corrida y toda aquella semana no se hablaba de otra cosa. Era la época de Rafael el Gallo, de Joselito y de Belmonte. Una buena faena era relatada una y mil veces por los labios trémulos de los aficionados, que simulaban el pase culminante en las tabernas, en las tertulias del café o bajo un farol en medio de la calle.

          Los encierros de Mestanza recibieron los dardos de Eugenio Noel. En 1924, publicó el libro España nervio a nervio, donde narra su conversación con unos arrieros del Valle de Alcudia. Hablan de las mujeres de Abenójar, del gazpacho, de las gachas, del pisto. Llegados a un punto discuten sobre cuál es el mejor queso manchego y uno de ellos zanja la cuestión: “Sin la hierba de cuajo que traen las ovejas de Sierra Morena no hay queso manchego”. Y salta otro arriero:

– La Sierra Morena… ¿No ha estado alguna vez en Mestanza, por Puertollano?… Allá   empieza la Sierra. Y allí sí que son bestias, Dios santo, barrigones de sesera y retorcidos como rabo de cerdo. Por San Pantaleón, los que van al unto del bodorrio ofrecen a las novias matar el toro de un estacazo. Pero de un estacazo solo, no vaya a imaginarse de bulto que el toro necesite dos.

          No es de extrañar que Noel fuera objeto de múltiples agresiones, insultos y persecuciones en diversos pueblos de España. Si no murió apaleado fue, sin duda, por su apariencia pintoresca que llevaba a la risa. González Ruano le recuerda con un aspecto físico a lo Balzac, con grandes melenas de un negro atroz y rizoso, bigote caído, camisola escotada, capa italiana y zapatos de charol. En cierta ocasión, el público de Valencia comenzó a increparle y exhortó a El Gallo a que le brindara un toro. Lo hizo con Amargoso al que cortó una oreja que lanzó a Noel. Más tarde, el escritor le preguntó a El Gallo si no le guardaba rencor por sus escritos. La respuesta del matador fue demoledora: “A mí los toros, la mayoría de las tardes, me gustan menos que a usted”.

          Eugenio Noel murió pobre y olvidado en un hospital de beneficencia de Barcelona. Corría el año 1936, poco antes de comenzar la Guerra Civil. El vagón que traía su cadáver de vuelta a Madrid se perdió en una vía muerta de la estación de Zaragoza.

 

 

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