A mi amigo Eduardo Prieto
En 1086, tras más de tres siglos de ocupación musulmana, la bandera de Castilla ondeó por primera vez en las almenas del castillo de Mestanza. Las mesnadas del rey Alfonso VI asaltaron la fortaleza con vigor, y tras duros combates, cayó finalmente en poder de las tropas cristianas[1]. La consternación de los musulmanes fue enorme, pues Al Ándalus parecía ya definitivamente perdido para el islam. El poeta Ben Al-Gassel cantaba: “Poneos en camino, ¡oh andaluces!, pues quedarse aquí sería una locura”. Tras la desaparición del califato de Córdoba en 1031, Al Ándalus se había dividido en pequeños estados, los reinos de taifas, frágiles y enfrentados entre sí. Los castellanos aprovecharon su debilidad para llevar a cabo una agresiva campaña de conquista. El rey Motámid de Sevilla, viendo peligrar sus dominios, pidió ayuda a los musulmanes del Norte de África. Las tribus almorávides al mando del caudillo Yusuf acudieron a su llamada de socorro. Se trataba de tropas durísimas y fanáticas que no solamente hicieron retirarse a los castellanos, sino que unificaron todos los reinos de taifas en un solo imperio, el imperio almorávide. Tras unos pocos meses en manos cristianas, Mestanza cayó de nuevo bajo el dominio musulmán.
Como señala Menéndez Pidal en La España del Cid, el castillo pasó a ser la fortaleza almorávide más al norte del imperio, expuesta a continuos combates con los cristianos[2]. Durante todo el siglo XII, pasaría varias veces de manos. En 1147 el emperador Alfonso VII lanzó una brutal campaña contra los moros que culminó con la reconquista de Mestanza[3]. El arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada indica que los cristianos arrasaron el pueblo sin piedad[4]. No obstante, pese a que destruyeron numerosas fortalezas de la región, dejaron en pie nuestro castillo, bien abastecido de tropas y vituallas[5]. Lo sabemos porque el geógrafo árabe Yaqut (1179-1229) dejó constancia de su existencia en su Libro de los Países[6].
De nuevo fue necesaria la intervención de las tribus norteafricanas, en esta ocasión los almohades, para detener el avance cristiano. Los ejércitos almohade y castellano se enfrentaron el 18 de julio de 1195 en Alarcos, lugar a unos diez kilómetros de la actual Ciudad Real. El ejército castellano fue aniquilado. A los errores tácticos cristianos se sumaron los devastadores efectos de una nueva y mortífera arma almohade: un numeroso cuerpo de arqueros turcos capaces de disparar sus flechas desde la misma grupa de sus cabalgaduras lanzadas a galope tendido. Mestanza quedó aislada en territorio almohade y el castillo volvió a pasar a manos musulmanas. Y así permaneció durante 17 años hasta el glorioso día del 16 de julio de 1212. La batalla de las Navas de Tolosa. El ejército almohade, el más numeroso que jamás reuniera el imperio (casi 60.000 guerreros), se enfrentó con el de los cruzados cristianos: una fuerza combinada de 27.000 hombres donde además de castellanos combatían navarros, aragoneses. La cosa se puso muy complicada para los cristianos. Llegados a un punto ya no peleaban por la victoria, sino por salvar la vida. Fue entonces cuando Alfonso VIII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón y le dijo al arzobispo Jiménez de Rada (el mismo que vimos antes): “Aquí, señor obispo, morimos todos”. Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y Navarra, con vergüenza torera, hicieron lo propio y fueron a la carga espada en mano. Se la llamó la carga de los tres reyes. El resto es historia: el ejército musulmán resultó completamente derrotado y el degüello de almohades hizo época. El desastre fue de tal calibre que, de la noche a la mañana, Al Ándalus se quedó sin gente de armas. Murieron prácticamente todos los que podían usarlas. El botín cristiano fue incalculable. Tanto, que el precio del oro se hundió en los mercados europeos. Sobre el castillo de Mestanza volvió a ondear el pendón morado de Castilla, que aun hoy figura en el escudo del pueblo.
Hoy día, aún quedan varios sillares que resisten el paso del tiempo. Ni la construcción del depósito de agua ni la antena han podido con ellos. Siempre que voy al pueblo, subo a verlos con mis hijos. Para mí tienen más valor que el Partenón de Atenas.
[1] “Construido este fuerte por los musulmanes para mantener en su devoción a la tierra y ser firme defensa y abrigo en sus intestinas luchas, fue atacado con vigor y prontamente tomado por el valeroso Alfonso VI en el año 1086”. Inocente Hervás y Buendía. Diccionario histórico geográfico, biográfico y bibliográfico de la provincia de Ciudad Real. Ciudad Real. 1914. Pág. 408.
[2] Ramón Menéndez Pidal. La España del Cid. Volumen II. Séptima Edición. Espasa Calpe. Madrid. 1969. Mapas de Pedro Muguruza en páginas 1022 y siguientes.
[3] “Gano dessa yda este rey don Alffonso demás a Alarcos que es y luego, non aluenne de Calatrava, que entonces era algo, et gano otrossi a Caracoy et al Pedroch et a Sancta Offimia et a Mestança et al Alcudia et Almodoval”. Primera Crónica General de España, editada por Ramón Menéndez Pidal. Volumen II. Madrid. 1977. Pág. 650.
[4] “(…) et eiusdem uille iurisditionis municipio, que municionibus preminebant, quedam retinuit, quedam solo diruta adequauit, scilicet, Alarcuris, Caracoy, Petrochium, Sancta Eufemiam, Mestanciam, Alcudiam, Almodouar”. En la traducción de Juan Fernández Valverde: “(…) y conservó algunas aldeas de su término, que tenían buenas defensas, y arrasó otras, a saber, Alarcos, Caracuel, Pedroche, Santa Eufemia, Mestanza, Alcudia y Almodóvar”. Rodrigo Jiménez de Rada. Historia de los hechos de España. Introducción, traducción, notas e índices de Juan Fernández Valverde. Alianza Editorial. Madrid. 1989. Pág. 271.
[5] “Y ganó los castillos de Alarcos, Caracuel, (…), Mestanza, (…), y otros muchos. Algunos de ellos los hizo asolar, porque no tenía gente para dejar en su guarda, y otros los dejó en pie, abastecidos de gente y mantenimientos, como convenía”. Francisco de Rades y Andrada. Crónica de la Orden de Calatrava. Toledo. 1572.
[6] Meçtaça, castillo de la amelía de Oreto, de la amelía del Llano de las Bellotas, en que hay minas de azogue; y es nombre de una cabila berberisca”. Es decir, el pueblo pertenecía al distrito (amelía) de Oreto (Granátula de Calatrava); su actividad económica principal era la minería de mercurio (azogue); y debía su nombre a la tribu bereber de los Mistasa.