“Abeja, oveja y piedra de trebeja”
Con este antiguo dicho se definían las tres principales fuentes de riqueza de Mestanza. En primer lugar, la apicultura, por ser la miel durante miles de años el único edulcorante conocido en Europa y la base de la cera para alumbrar iglesias y viviendas. El segundo era la ganadería ovina, cuyo triple aprovechamiento cárnico, lácteo y lanar fue la actividad esencial del Valle de Alcudia durante siglos. Por último, la piedra que trebeja (que trabaja) se refiere al molino harinero, que proporcionaba la base para el alimento esencial de nuestros antepasados: el pan.
Desde la Edad Media, se construyeron molinos de agua en el curso de los cuatro ríos que cruzan la región –Robledillo, Fresnedas, Tablillas y Montoro- antes de desembocar en el río Jándula, afluente del Guadalquivir. Algunos tenían nombres poéticos como el molino de las Ánimas en el río Tablillas o el molino Flor de Ribera en el río Montoro. No obstante, la mayoría eran conocidos por el nombre del propietario. En el término municipal de Mestanza se conservan cinco antiguos molinos de agua al sur del Tamaral. El río Robledillo acoge los restos de los molinos de Frutos y de Riofrío. El arroyo de la Peña de los Molinos alberga las ruinas de los molinos de Constante y de la Peña. El arroyo de las Casas cobija los últimos vestigios del molino de la Nicolasa. Todos ellos ya existían en el siglo XVIII, como atestigua el Catastro de Ensenada (1751) [1], y algunos funcionaron hasta mediados del siglo XX.
Los molinos de agua tenían dos partes bien diferenciadas: la sala de molienda a nivel del suelo y el cárcavo donde se alojaban los mecanismos hidráulicos en la parte inferior. Se trataba de molinos de cubo, cuyo origen se remonta al siglo XVI. El cubo era un depósito a una altura de 5-10 metros que recogía el agua de un canal (el caz) hasta que se llenaba, para después ser vaciado de golpe sobre las paletas del rodezno (rueda horizontal). Con este sistema se aumentaba la presión consiguiendo que los molinos con muy poca agua aumentasen su potencia motriz. Lógicamente, se trataba de una actividad intermitente, pues los cubos se tenían que llenar cada vez que se vaciaban. El rodezno, al girar, movía la muela volandera (piedra superior) a través de un eje vertical llamado árbol. La molienda propiamente dicha comenzaba vertiendo el grano en una tolva de madera, desde donde una canaleta lo conducía al ojo (agujero central) de la muela volandera. El rozamiento de ésta con la muela solera (piedra inferior, fija y más gruesa) trituraba el grano convirtiéndolo en harina.
En la actualidad podemos admirar las ruinas de estos molinos. Sus muros de piedra y argamasa se esconden entre la maleza como reliquias de una civilización perdida. Todos ellos conservan las piedras de moler, el caz y el cárcavo. El molino de Riofrío tiene un caz considerable de 575 metros y conserva la casa del molinero, los almacenes y las cuadras. El 29 de abril de 1869, una de sus casas fue incendiada por el bandido Bartolo, que sería abatido por la Guardia Civil en junio de ese mismo año. El molino Flor de Ribera es quizá el mejor conservado del Valle de Alcudia [2]. Las Relaciones Topográficas de Felipe II señalan la existencia de seis molinos en el río Montoro y es probable que éste fuera uno de ellos. Se preserva toda su cubierta, un caz de 322 metros, dos cubos de piedra y dos bellos arcos ojivales por donde salía el flujo hidráulico de los cárcavos.
Los molinos se hallaban a mucha distancia del pueblo, por lo que los mestanceños llevaban el cereal de madrugada y regresaban al caer la noche con el grano ya molido. Las reatas de mulas cargadas de costales recorrían varias leguas de caminos, veredas y trochas. Al llegar al molino, los sacos de arpillera se apilaban en la sala de molienda a la espera de su turno. Mientras tanto, los hombres pasaban la jornada pescando en el río, jugando a las cartas o simplemente charlando. La vida en los molinos estaba sujeta a las variaciones meteorológicas. Las fuertes riadas desbordaban los cauces y las temibles sequías paralizaban la actividad. No obstante, hasta la introducción de la electricidad a finales del siglo XIX, la molienda de cereales fue una actividad muy lucrativa y parece que los molineros vivían algo mejor que el resto de sus paisanos. Así lo reflejaba una copla popular:
Molinero lo quiero, que no pastor,
el uno tiene cuartos, el otro no.
[1] El Catastro de Ensenada (1751) citaba nueve molinos.
[2] Este molino se encuentra en el término municipal de Hinojosas de Calatrava.
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