Nuestros antepasados

Pensar en nuestros antepasados es constatar la inmensa fortuna de existir. Durante siglos, nuestros ancestros de ambas ramas estuvieron lo bastante sanos para vivir, encontrar una pareja y reproducirse. Ninguno pereció de una enfermedad, de hambre o herido en una guerra antes de cumplir con su objetivo vital: entregar una pequeña carga de material genético a la pareja adecuada en el momento oportuno para perpetuar la única secuencia posible de combinaciones hereditarias que pudiese desembocar en nosotros.

Poco o nada se sabe de mis antepasados. Las referencias escritas de sus vidas se limitan al registro de su nacimiento, matrimonio y defunción. Pasaron de puntillas por la pila bautismal (s.XVI)historia aplicando con esmero el consejo que Epicuro daba a sus discípulos: Lathe Biósas –pasa desapercibido mientras vivas-. La puerta de la iglesia de San Esteban, sobre la cual campea el escudo de la Orden de Calatrava, fue durante siglos un testigo mudo de sus vidas. Bajo su arco de piedra cruzaron recién nacidos para ser bautizados, por allí salieron con la felicidad del matrimonio recién contraído y, finalmente, fue esa vieja puerta la que dio el último adiós a sus féretros.

Hace unos años realicé el árbol genealógico de mi familia hasta el siglo XVI. índiceAl principio de la investigación descubrí con gran frustración que habían desaparecido todos los libros de bautismos, matrimonios y defunciones anteriores al siglo XIX. Por fortuna, encontré un Índice General Alfabético de Matrimonios realizado en 1860 por el párroco don José Arenillas. Este libro sumamente peculiar, registraba por orden alfabético todos los matrimonios habidos en Mestanza durante tres siglos y medio, desde 1607 hasta 1860. Piénsese en el enorme esfuerzo que le debió suponer a dicho párroco transcribir, uno a uno, y por orden alfabético, todos los desposorios celebrados a lo largo de 350 años. Allí estaban anotadas, con rigor matemático, las nupcias de mis antepasados hasta llegar a los primeros años de 1600, cuando un tal don Tomás Núñez, hijo de don Juan Núñez, contrajo matrimonio con doña Magdalena Ruíz de Córdoba.

Es imposible saber cuándo y en qué circunstancias llegó a Mestanza el primer Núñez. Lo más probable es que fuera uno de tantos castellanos del norte peninsular que PuertaMestanzarepoblaron el Valle de Alcudia durante el siglo XIII tras la expulsión definitiva de los musulmanes en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Muchos de los apellidos más comunes del pueblo delatan su lugar de procedencia: los Buendía de Cuenca, los Pareja de La Alcarria, los Molina de Guadalajara, los Aranda de Burgos o los Vozmediano de Soria. No obstante, hay otras opciones. Pudo ser uno de los guerreros bereberes de la tribu Mestasa que dieron nombre al pueblo en el siglo VIII. O uno de los visigodos de estirpe escandinava que ocuparon la región en el siglo V. O un oretano germánico de aquellos que citaba Plinio el Viejo[1]. Remontándonos en el tiempo, no es descartable que fuera uno de los cazadores que dibujaron figuras abstractas en las cuevas de Riofrío hace 5.000 años. Pero todo son hipótesis. El Núñez más antiguo del que se tiene constancia escrita es el citado Juan Núñez, que nació en el último tercio del siglo XVI, bajo el reinado de Felipe II.

El Catastro de Ensenada (1751) ilumina algunos datos de otro de mis antepasados. Juan Francisco Núñez era tataranieto de aquel primer Juan Núñez que vivió en el Siglo de Oro y sería el tatarabuelo de mi tatarabuelo Francisco Núñez, del que hablaremos a continuación. Parece ser que vivía con su mujer Jerónima Robisco y sus hijos en lo alto de la calle del Castillo. Su casa habría hecho las delicias de los escritores románticos, pues estaba situada junto a las ruinas del castillo medieval y por encima de la Casa de las Ánimas, propiedad de la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio. El Catastro también arroja otro dato curioso: poseía 33 colmenas.

Mi tatarabuelo Francisco Núñez nació en 1848. Vivió con su mujer Juana Correal (n. 1850) en el Calvario, frente a la antigua Capilla de San Sebastián, hoy desaparecida. Allí nacieron sus cuatro hijos: Antonio, Margarita, Miguel (al que apodarían “el Bravo” al regresar de la Guerra de Cuba) y mi bisabuelo Félix (al que debo mi nombre). A principios del siglo XX, Francisco fundó la calle del Telégrafo. Así lo indica un documento municipal. Al principio sólo existía una vereda que conducía al telégrafo desde el Calvario, pero la decisión de Francisco de construir una casa frente a la de Cristóbal Pellitero dejando la vereda en medio, le otorgó rango de vía. En abril de 1902 el Ayuntamiento procedió a la apertura oficial de la nueva calle pública ampliando el ancho del sendero y autorizando para edificar en los laterales del mismo.

Mi bisabuelo Félix Núñez (n. 1885) combatió en la Guerra de Melilla durante el desastre del Barranco del Lobo (1909). Al regresar a Mestanza se casó con María 002Clemente[2] y tuvieron cuatro hijas -Petra, Rosalía, María Teresa y Juana- y un hijo varón: mi abuelo Juan José (n. 1915). Durante unos años la familia vivió en la casa del Calvario, hasta que la vendieron por 8.000 reales para mudarse a una otra más pequeña en el número 4 de la calle de Hernán Cortés, en la parte alta del pueblo. De esta casa aún se conservan algunas paredes y un ventanuco. Aquí moriría mi bisabuelo el 25 de agosto de 1926. La silicosis se lo llevó, como a muchos otros mineros, a la corta edad de 42 años. A veces pienso que quizá fue esa pequeña ventana el último objeto sobre el que se posaron sus ojos.

(Publicado parcialmente en el Catálogo de Fiestas de 2019)

 

[1]Oretani qui et Germani cognominatur, es decir, los oretanos a los que también se llama germanos. Historia Natural, III, 25.

[2]El 1 de octubre de 1910.

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