“Hay pueblos que saben a desdicha”.
JUAN RULFO, Pedro Páramo
La Nava de Riofrío es un paraje de una belleza extraordinaria. Como su propio nombre indica, se trata de una nava –tierra más o menos llana rodeada de montañas- a orillas del río Jándula, más conocido como Riofrío por los lugareños. A principios del siglo XX, la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya puso en explotación varios filones de zinc y plomo argentífero sobre los restos de antiguas fundiciones de la época romana. Pero fue en los años veinte cuando la explotación alcanzó tales dimensiones, que fue necesaria la construcción de un poblado para los mineros y sus familias. En 1923 se creó el pueblo de Nava de Riofrío, bajo la supervisión del ingeniero de minas José Agudo. De la noche a la mañana se levantaron más de 200 viviendas, una iglesia en honor a San José, escuelas, centros de recreo, un hospital y un economato. Las calles, con sus nombres
grabados en porcelana, eran amplias y arboladas. Presidía el pueblo una enorme plaza –la plaza de España- donde velaba por el orden público un cuartel de la guardia civil. El pueblo disponía de agua potable y de energía eléctrica suministrada por la Central de Calatrava de Puertollano. Como colofón, la sociedad construyó una carretera de 27 kilómetros que, desde Mestanza, se adentraba en la sierra hasta alcanzar el coto minero.
Todo parecía ir viento en popa. En marzo de 1927, el nuevo pueblo incluso solicitó su segregación de Mestanza y se abrió una suscripción popular para conceder la medalla del trabajo a su fundador, el ingeniero José Agudo. Pero un pequeño microbio llamado Plasmodium dio al traste con las brillantes expectativas del naciente poblado. A finales de ese año, más de la mitad de sus 703 habitantes estaba infectado de paludismo. A los Plasmodium les encantan los mosquitos Anopheles, porque su picadura los introduce directamente en el torrente sanguíneo de sus víctimas antes de que sus defensas se den cuenta. Y la Nava de Riofrío estaba plagada de Anopheles. La compañía instaló un dispensario de quinina y un laboratorio para realizar un seguimiento del paludismo. Sus libros contables muestran la espeluznante evolución de la epidemia: si en 1928 se gastaron 10.071 gramos de quinina, en 1929 los gastos habían ascendido a 86.902 gramos. Y en 1930 subieron aún más, hasta los 91.415 gramos.
A media hora a pie se encuentra la explotación minera de la Hoz de Riofrío. Desde las cuevas del Chorrillo (1.061 m), las pinturas rupestres trazadas hace 5.000 años fueron testigos mudos de la llegada del “progreso” a aquel valle perdido en medio de Sierra Madrona. Hoy día podemos ver las ruinas de la mina Los Pontones con sus lavaderos de flotación circulares que separaban la mena de la ganga. La proporción de mena era de dos tercios de blenda (sulfuro de cinc) y un tercio de galena (sulfuro de plomo) con unos 300 gramos de plata por tonelada. El año de máxima actividad debió ser el de 1930. Fue el año en que Mestanza alcanzó el
mayor pico de población de su historia, con 5.050 habitantes[1], de los cuales 813 habitaban en la Nava de Riofrío. No obstante, al año siguiente, la bajada de los precios del mineral provocó el despido de los primeros trabajadores, varias huelgas y finalmente el cierre definitivo de las minas el día 1 de agosto de 1931. En pocos años, como si hubiera sido azotada por una plaga bíblica, la Nava de Riofrío se despobló completamente. La maleza invadió las casas. El viento arrancó los quicios de las puertas y las ventanas. La lluvia descuajó los tejados y derruyó las paredes de barro. Hoy apenas se ven algunas ruinas de aquel floreciente y efímero poblado minero. Es un pueblo fantasma desterrado de la memoria de los hombres.
Su cementerio tiene un tamaño enorme. Está completamente comido por la maleza, pero llaman la atención sus majestuosos cipreses. Estuve allí en primavera. Tras saltar una tapia derruida me adentré en su maraña de lentiscos, jaras y romero hasta llegar a la parte central, donde se alza una cruz de hierro. Junto a un muro de barro encontré una lápida cubierta de liquen que rezaba:
María Robles de Hinojosa
Falleció el 3 de diciembre de 1927
a los 32 años.
RIP
Tu esposo e hijas no te olvidan.
Quizá fue una de las primeras víctimas del paludismo. Regresé de nuevo a la cruz central y vi una segunda lápida muy pequeña, rota. Su inscripción decía así:
El niño
Marianito Rubio Pareja
subió al cielo el 2 abril 1928
a la edad de 7 meses.
Tus padres no te olvidan.
El viento mecía las hojas de los sicómoros. El cielo amenazaba tormenta. Se escuchaban truenos al otro lado de la sierra. Abandoné el cementerio y su memoria de piedra sepultada por la maleza. Atrás quedó la cruz de hierro, como un guardián que nunca duerme, vigilando el silencio del camposanto. Atrás quedaron los restos del niño Marianito y de la joven María, olvidados del mundo para siempre.
[1] La distribución era la siguiente: Mestanza, 2.187 habitantes; El Hoyo, 983; El Tamaral, 362; Nava de Riofrío, 813; otros (pastores en chozos, caseríos, casas aisladas, etc.), 703.
Gracias por nada en la historia de esta tierra que parece olvidada. Hemos visitado hoy el poblado y las minas y nos ha sobre cogido la belleza y el lugar. Nos hemos lanzado Internet para buscar referencias que nos ayudas en entender el entorno. Gracias de verdad por darnos las claves.
Me gustaMe gusta
Gracias a tí, José, por tu comentario. Me alegra que lo hayáis disfrutado.
Me gustaMe gusta
Muy buena información conozco el lugar y parte de la historia, lo que no comprendo es la falta de fotos de la época y Tampoco el nivel de abandono y explolio del poblado
Me gustaMe gusta
Gracias, Manuel. Me imagino que la ausencia de fotos se debe a los pocos años que estuvo operativo el poblado.
Me gustaMe gusta
Si, pero aun así, es raro porque no hay ni una!! La S.M.M.P documentaba todo, pero el archivo fotográfico esta en manos privadas o parte de el y veo difícil que salga a la luz.
Me gustaMe gusta