Antiguas leyendas

A don Santiago Buendía, alcalde de Mestanza

            Hace unos días el Ayuntamiento de Mestanza me concedió una placa en reconocimiento a mis artículos sobre la historia del pueblo. Fue un honor enorme recibir este homenaje. No hay en el mundo mejor obsequio ni mayor orgullo. Mi discurso de agradecimiento trató acerca de las antiguas leyendas que solía contarme mi abuelo cuando era niño. Eran leyendas de bandoleros, guerreros moros y tesoros escondidos que fueron decisivas en mi formación y que aún hoy me siguen fascinando.

            No hay que tomar a broma los cuentos de nuestros abuelos. La ciudad de Troya era considerada una invención literaria del poeta Homero, porque los arqueólogos no habían encontrado ninguna prueba que pudiera demostrar su existencia. Sin embargo, Heinrich Schliemann, motivado desdetesoro niño con las lecturas que su padre le hacía de La Ilíada, creyó ciegamente en la existencia real de esa ciudad “inventada” y, contra todo pronóstico, la encontró. Siempre tengo presente a Schliemann cuando subo al cerro del castillo. Una de las leyendas de Mestanza tuvo lugar en este lugar. Un hombre se encontraba arando cuando, de pronto, notó que a su arado le costaba avanzar. Azuzó a los animales para que tiraran con más fuerza y, para su sorpresa, vio como el arado sacaba de la tierra una vasija repleta de oro.

            La historia de Mestanza está sazonada con multitud de relatos de esta índole,pedriza quién sabe si reales o no. Algunos aseguran que en la pedriza de la sierra de La Posadilla yace un tesoro oculto a la espera de ser encontrado. Otros afirman que algún antepasado suyo encontró monedas de oro escarbando en el corral de su casa. Nuestros abuelos creían en la existencia de un túnel que conducía desde el castillo a las afueras del pueblo. El gran periodista Manu Leguineche decía que nuestra historia se presta a la existencia o a la imaginación de túneles y subterráneos, necesarios para huir de la quema y esconder tesoros.

 

            De todas las historias que me contó mi abuelo, mi favorita era la de un bandido de Mestanza conocido como El Castor. Su cuadrilla había robado un tesoro fabuloso. Hay casa de don Juanquien dice que se trataba del famoso tesoro de don Juan, cuyo robo acaeció el 13 de octubre de 1873 en Torre de Juan Abad. Caía la noche cuando una partida de jinetes irrumpió en dicho pueblo, amenazando a los vecinos para que permanecieran encerrados en sus casas. Tras coger al alcalde como rehén, asaltaron la casa de don Juan Tomás de Frías y le exigieron que entregara todas las monedas de oro que tenía guardadas. Al parecer, don Juan negó poseer tal tesoro, pero los asaltantes derribaron paredes, rompieron cerraduras y forzaron candados hasta que dieron con él. Había tal caudal de monedas que fueron necesarias nueve mulas para trasportarlo. Es fama que, tras huir los bandidos, don Juan preguntó a sus criados si habían llegado a un odre concreto –el “pellejo del chirro”-. Estos le respondieron que no lo habían tocado, a lo que don Juan exclamó: ¡Bah, entonces seguimos siendo ricos!”.

 

            Tras el robo, al verse hostigada por la guardia civil, la cuadrilla decidió separarse. El Castor huyó a Mestanza a galope tendido con los civiles pisándole los talones. En el camino del puerto, se encontró con un pariente suyo, zapatero para más señas, que iba a castorPuertollano a comprar aperos. Al verse acorralado, decidió confiarle el botín para que lo guardara hasta su regreso. Finalmente, los guardias lograron apresarle en las afueras del pueblo y fue encerrado en el Penal de Cartagena. En la soledad del calabozo, El Castor pasó el resto de su vida soñando con el tesoro que le aguardaba en su pueblo. El recuerdo de las monedas de oro hizo menos crudos sus días y más livianas sus noches. Muchos años después, ya viejo y enfermo, El Castor regresó a Mestanza. Nadie sabía nada del zapatero ni del tesoro. Desesperado, vagaba por las calles como un alma en pena, preguntándose que había sido de su tesoro. ¿Acaso había perdido su vida en una mazmorra lúgubre para nada? Mi abuelo contaba como una mañana, en la penumbra del alba, un hombre caritativo le entregó una soga y le dijo: “Aquí tienes tu tesoro”.

discurso

 

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