Los romanos comenzaron la conquista de Hispania en el año 197 a.C. atraídos por su riqueza minera y agrícola. Las minas de plomo y plata del Valle de Alcudia llamaron enseguida su atención. En especial, la mina Diógenes, en el paraje de Las Tiñosas, junto a un rico filón de galena argentífera de hasta 3,5 kg de plata por tonelada de plomo. A finales del s. II a.C. los romanos ya habían construido un poblado (el denominado Diógenes I) y una fundición junto a la explotación minera. Este asentamiento poseía una posición privilegiada, a medio camino entre Sisapo (La Bienvenida) y Castulo (Linares), que eran los dos principales centros mineros de la región íbera de Oretania. Un epígrafe romano hallado en Castulo (del cual solo se conserva una copia del s. XVI) menciona la existencia de un camino entre ambas ciudades, que serviría para transportar el mineral desde Diógenes a través de Sierra Morena hasta el río Guadalquivir.
En su amplio estudio La mine antique de Diógenes (1967), el arqueólogo Claude Domergue describe la enorme longitud de los pozos (de hasta 170 m de profundidad) y muestra su asombro por las trincheras excavadas para trabajar en superficie, cuya visión le resulta impresionante. El estudio también detalla un abundante material arqueológico: lámparas, ánforas, monedas y diversas cerámicas. Las lámparas de aceite (lucernas), que servían para iluminar las galerías más profundas, aparecieron en hornacinas excavadas en la roca. La presencia de monedas está relacionada con la existencia de mano de obra asalariada, lo cual significa que los mineros no eran esclavos en su totalidad. Con la circulación monetaria, la población de Diógenes entró en un circuito comercial propiamente romano. Con el salario obtenido, los mineros compraban vino y aceite -como reflejan las numerosas ánforas encontradas- o cerámicas de importación.
Roma era la propietaria de Diógenes y concedía a un individuo o a una sociedad el derecho a explotarla a cambio de una renta. El acceso a la mina se realizaba a través de pozos verticales que daban acceso a las distintas galerías. Los mineros bajaban por unas escaleras de madera o mediante poleas. En las galerías, la ventilación era escasa y el aire estaba bastante viciado por el polvo de la roca. En ocasiones los túneles eran tan estrechos que su explotación debía hacerse con niños. Una de las principales preocupaciones de los ingenieros romanos era la inundación de las zonas situadas por debajo del nivel freático. Prueba de ello es el hallazgo más sorprendente de Diógenes: un tornillo de Arquímedes que yacía a 170 m de profundidad. Este artilugio, descrito por Estrabón, consistía en un largo eje de madera con chapas de cobre clavadas en espiral que, al ser girado, subía el agua desde las galerías a la superficie.
Una vez extraída la mena (mineral antes de ser limpiado), las mujeres y ancianos procedían a triturarlo con martillos. Después se procedía al lavado de los restos para eliminar la ganga y dejar el mineral puro (la galena). Para este cometido se empleaban cajones de madera con cribas que se sumergían varias veces en el agua. Finalmente se fundía la galena para obtener plomo y plata. Los hornos de fundición estaban situados en la zona alta del poblado para evitar los humos nocivos. La galena fundida daba como resultado unas tortas de plomo que, tras separar la plata, se moldeaban en forma de lingotes para su transporte a Sisapo o a Castulo.
El auge de la mina Diógenes finalizó a mediados del siglo I a.C. y el poblado fue abandonado. Diversos autores achacan esta decadencia a varios factores, como la competencia de las minas de plomo británicas, el agotamiento de algunos filones o la baja rentabilidad de la explotación debido a su difícil acceso. No obstante, un siglo después, se levantó un segundo asentamiento (el denominado Diógenes II) al oeste del anterior. Este nuevo poblado, más modesto que su antecesor, reanudó la extracción de galena durante varias centurias más, hasta caer en el olvido con la invasión de los pueblos germánicos a principios del siglo V.
No me deja de sorprender que mi abuelo trabajara en la mina Diógenes veinte siglos más tarde. Tras terminar la Guerra Civil había pasado dos años en un campo de prisioneros del norte de África. Regresó a Mestanza en junio de 1942. La mina acababa de reiniciar su actividad con la instalación de un lavadero de minerales. En 1943 comenzó a trabajar como entibador. Era un oficio peligroso. Mi abuelo, como todos los mineros, sabía que enfermaría de los bronquios y moriría joven. Con solo once años había visto morir a su padre de silicosis. Pero los salarios eran mejores y garantizaban el sustento de las familias. Todas las mañanas una cuadrilla de mineros recorría a paso ligero los ocho kilómetros que separan Mestanza de Diógenes. Y otros ocho de vuelta tras finalizar la jornada. Mi abuelo extrajo galena de aquellos viejos filones romanos durante ocho años. En 1951 se trasladó a la mina La Extranjera, cambiando el plomo por el carbón.
El antiguo balneario de Las Tiñosas está oculto en un bosque de grandes pinos, álamos y olmos. Es fama que sus aguas curan enfermedades de la piel. Los mineros de Diógenes pasaban temporadas en unas casas cercanas conocidas como “los cuartelillos”. Las hileras de casas se hacinan en un saliente. Son muy bajas y pequeñas, a menudo no más de una pieza y la cocina. Un agradable camino conduce a la famosa fuente agria. Un bello templete de madera, que antaño lucía un tejado de pizarra, cobija la fuente. Está cubierta de óxido y verdín. El agua tiene un fuerte sabor ferruginoso. Otro camino asciende al balneario entre chopos y castaños. En el patio principal hay una pequeña piscina semicircular con gradas de ladrillos carcomidos. En el centro se encuentra el manantial. Un banco de mampostería, protegido por un porche, recorre las paredes. Aunque lleva derruido muchos años, yo me bañé en sus aguas heladas siendo muy niño, allá por 1980.
La mina Diógenes cerró en 1979. Fue la última de la comarca. Del poblado moderno ya solo quedan ruinas. Ahora es solo una finca de ganado. Todavía se puede caminar por la calle principal, ancha y sin empedrar. Quedan restos de lo que un día fueron el economato, el cuartel de la Guardia Civil, la fonda, la residencia de ingenieros o el casino. Incluso un cine. Solo la iglesia se conserva en buen estado. Cada 12 de mayo, los antiguos vecinos y sus descendientes se reúnen aquí para celebrar la romería de la Virgen de las Minas. Vienen de Madrid, Valencia o Santander. En su DNI no figura que nacieron allí, porque el pueblo ya no existe. Comparten migas manchegas y recuerdos, alegrías y tristezas, nostalgia de lo que fue Diógenes. Una cruz de madera porta una corona de laurel con una banda que reza: “En recuerdo de los que ya no están”.

