El término de Mestanza, con sus extensos encinares, fue lugar de frecuente carboneo. La madera más gruesa, procedente de grandes ramas y troncos, era la utilizada para producir carbón vegetal. Los carboneros trabajaban en cuadrillas de tres o cuatro hombres, que solían ser miembros de la misma familia. En el mes de diciembre partían hacia la finca que habían de carbonear. Los propietarios de la misma, arrendaban esta labor a un contratista que se encargaba de reclutar a los trabajadores del pueblo. Al llegar a la finca, construían un chozo donde acomodar a su familia durante los cinco meses que duraba la faena. Entre enero y marzo se podaban y entresacaban las encinas. Tras terminar el corte, se juntaban los troncos y la leña en el lugar elegido para construir la carbonera. Primero se colocaban los troncos gruesos; después se apilaba la leña para dar al horno una forma redondeada; finalmente, se revestía todo con jara y retama y se cubría con un manto de tierra.
El carbonero encendía el horno por arriba y tapaba la chimenea. Después abría varias humeras para propagar la combustión. El carbón tardaba en hacerse unos veinte días. Había que vigilarlo sin cesar desde la chabana, un pequeño chozo construido junto a la carbonera. El horno humeaba día y noche. El color del humo indicaba la marcha de la cochura. A veces se producía un hundimiento y había que echar troncos y leña por la brecha para evitar que se hiciera ceniza y se perdiera todo el trabajo. Conforme el horno se cocía, el carbonero iba pisando en lo alto para reducir su volumen. Para realizar esta faena vestía con sus peores ropas. Era un trabajo muy peligroso. Algunos hundieron las piernas y se quemaron vivos.
La extracción del carbón duraba varios días. Era el trabajo más duro por el calor y el polvo que se tragaba. Al sacarlo no podía amontonarse porque ardía. Había que extenderlo durante tres días para que se enfriase. Un horno corriente proporcionaba unas mil arrobas de carbón, aunque se hablaba de un carbonero de Alamillo conocido como El Lobo que habría construido un horno de doce mil arrobas en 1932. Una cuadrilla corriente podía sacar unas seis mil arrobas por temporada. Las ramas pequeñas también eran aprovechadas. En este caso no había que construir un horno, sino que una vez amontonado el ramaje, se le prendía fuego. Tras alcanzar la combustión idónea se apagaba el fuego con agua o con tierra. De ambas formas se conseguía un carbón vegetal muy fino, ideal para braseros, llamado picón. A principios del verano, una recua de mulas transportaba el carbón hasta Mestanza. Cada animal cargaba dos serones de cinco arrobas cada uno (más de cien kilos). Los carboneros regresaban al pueblo con sus familias para empezar la temporada de la siega.
La película Tasiode Montxo Armendáriz muestra fielmente cómo era la vida de los carboneros. Durante una hora y media de metraje, los escuetos diálogos rezuman una emoción contenida. Es un canto a la existencia silenciosa y al amor por las cosas sencillas. En la película se muestra la importancia de la caza furtiva para los carboneros. No faltaba una perdiz o un conejo para vender de estraperlo o para sacar adelante a la familia. Un viejo dicho reflejaba con fidelidad aquella dura vida del carbonero:
Almuerza pan y cebolla,
merienda cebolla y pan.
Y si a la noche no hay olla,
vale más pan y cebolla
que acostarse sin cenar.