La Sepultura del Moro es una tumba excavada en un afloramiento rocoso cuyo origen parece remontarse al periodo visigodo (siglos V-VII). Está situada al este de la villa, junto al cordel de la Dehesa Gamonita.
Los sepulcros labrados en la roca natural se extienden por toda la Península Ibérica. Durante el siglo XIX, los estudiosos los consideraron de época íbera; no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando se reconoció su carácter altomedieval. Los primeros estudios arqueológicos realizados con rigor los efectuó el profesor Alberto del Castillo en las décadas de 1960-70. Este investigador estableció la siguiente cronología: las sepulturas más sencillas (con forma ovalada o de bañera) se situaban, sin ambigüedad, en la época visigoda; las tumbas mejor talladas (con forma antropomórfica donde se distingue claramente la cabecera) serían posteriores (siglo IX en adelante). La Sepultura del Moro tiene forma de bañera –ovalada con un estrechamiento progresivo desde la cintura a los pies- por lo que cabría situarla cronológicamente en la época visigoda.
Los estudios más recientes consideran superado el tiempo en que solo se estudiaban las sepulturas en relación a su evolución tipológica y tienen en cuenta muchos otros factores. No obstante, como sucede en Mestanza y en la mayoría de los casos, estas tumbas carecen de ajuares, de restos óseos y de contextos arqueológicos claros. De ellas se puede decir, parafraseando a Churchill, que son un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma. En lo que sí hay consenso a día de hoy es en que corresponden a la época altomedieval. También en que se utilizarían ex profeso para un individuo concreto y que eran tapadas con planchas de piedra para proteger al difunto. La Sepultura del Moro no conserva ni esta plancha ni mucho menos restos de un ajuar. Es lógico. Se trata de una zona muy expuesta y cabe suponer que fue expoliada de antiguo.
¿Por qué solo se conserva un sepulcro? ¿Por qué no encontramos una necrópolis? Estas fueron las primeras preguntas que me hice al ver la Sepultura del Moro. Lo cierto es que, observando los alrededores, no vi ningún otro afloramiento rocoso de suficiente envergadura como para contener un cuerpo humano. Quizá esta sea la única respuesta.
¿Por qué alguien invirtió tanto tiempo en labrar esta sepultura? Con las herramientas de la época podía tardarse varios meses en excavar una tumba de este tipo. Hubiera sido menos trabajoso haber enterrado el cuerpo bajo tierra y revestir el hueco con lajas en los laterales y en la parte superior, pero supongo que el difunto prefería ser inhumado de forma más selecta que sus paisanos. No es tan raro si lo comparamos –salvando las distancias- con las pirámides faraónicas o con otros monumentos funerarios.
La Sepultura del Moro sigue ahí, resistiendo el paso de los siglos. Ha visto pasar a los duros visigodos, a los invasores musulmanes, a los impetuosos cristianos, a los pastores trashumantes, a los tenaces mineros… Contemplar su silueta es un ejercicio de humildad. Nos recuerda nuestra insignificancia en el colosal torrente de la historia. También nos enseña que el pasado es, muchas veces, un pozo insondable en cuya oscuridad apenas alcanzamos a percibir algunos destellos de verdad.