La fiesta de San Damas, pese a su nombre, es una celebración de carácter laico. Su origen tiene una fecha muy concreta: el sábado, 11 de diciembre de 1745. ¿Qué sucedió aquel día? Pues acaeció algo inédito en la historia de nuestro pueblo. Una explosión de júbilo como nunca antes se había visto. En aquella jornada inverosímil, los vecinos de Mestanza, armados con garrotes y cencerros, expulsaron de sus tierras a todos pastores foráneos y a sus ganados. ¿Por qué? Es una historia que viene de lejos.
Tras la expulsión de los musulmanes en el siglo XIII, todo el territorio de Mestanza pasó a pertenecer a la Orden de Calatrava. No obstante, para facilitar la repoblación, la Orden cedió a nuestra villa algunas tierras alrededor del pueblo. Estas tierras eran para usufructo de los vecinos y ni siquiera el ganado de la Mesta podía pastar en ellas sin el permiso del Concejo municipal. Hasta aquí todo iba bien. Pero, adicionalmente, se instituyó una Comunidad de Pastos entre Mestanza y Puertollano. Esta comunidad permitía a los ganados de Puertollano el aprovechamiento de todos los pastizales de Mestanza a excepción de algunas redondas y de la dehesa boyal de La Gamonita. Y aquí empezaron los problemas.
Como cabía esperar, los pleitos entre los concejos de ambos pueblos se multiplicaron. La dinámica era siempre la misma. Primero los de Mestanza apresaban el ganado de Puertollano que pastaba en los terrenos comunales y le imponía una multa. Después los de Puertollano llevaban el caso a los tribunales. Por último, los jueces (tanto en primera instancia como en el tribunal de apelación de la Real Chancillería de Granada) fallaban, invariablemente, a favor de Puertollano. Y así una y otra vez. Hasta 1745.
El 22 de octubre de 1745, por primera vez, el tribunal de primera instancia falló a favor del Concejo de Mestanza dictaminando que “como dueño que es de su territorio, pueda única y libremente gozar de sus aprovechamientos, sin que Puertollano ni alguno otro se lo embarace o limite”. ¿Qué había pasado? ¿A qué se debió esa histórica sentencia? Al parecer, el abogado de Mestanza presentó ante el tribunal una antigua escritura de venta otorgada en 1590 por el rey Felipe II. Dicha escritura reconocía que el Concejo y vecinos de Mestanza eran los propietarios de todo el término que les había donado la Orden de Calatrava.
Siete semanas más tarde, el correo de postas llegó a Mestanza con el fallo judicial. Era la mañana del sábado 11 de diciembre. Inmediatamente, se convocó al vecindario en la iglesia parroquial para informarles del laudo favorable. Los vecinos escucharon atónitos. Que el Concejo dispusiera a voluntad de las tierras comunales suponía de facto que podía alquilarlas a los serranos de la Mesta y obtener unas rentas nada desdeñables para la población. Una ola de emoción se apoderó de los asistentes. Preguntado el párroco qué santo se celebraba ese día, respondió éste que “San Dámaso”. En aquel mismo instante se declaró San Dámaso como fiesta solemne con sus oficios litúrgicos y su convite a los vecinos a cargo del ayuntamiento.
Pero no quedó aquí la cosa. El vecindario, llevado por el entusiasmo, decidió que había que expulsar a los ganaderos de Puertollano sin más dilación. Dicho y hecho. Los vecinos se desbordaron por los terrenos comunales. Una gran cencerrada atronó en los pastos de El Castillejo, Peralosa, Palancares, Cabriles, Cabeza del Puerco, Lebrachos, Las Plazuelas y La Antigua. La estampida de los animales fue inmediata. Los de Mestanza blandieron sus garrotes para disuadir a los desterrados de cualquier ánimo defensivo. Los rebaños huyeron despavoridos hacia a los puertos de montaña. Al caer la noche nuestro municipio quedó libre de ganados invasores. Para evitar su regreso los pastores montaron guardia en los puertos y en los cruces de caminos. La luna llena favorecía a los centinelas. Los pastores encendieron grandes hogueras para calentarse pues la noche era fría. Había fogatas en los puertos del Roble y de Mestanza, en los cordeles de Pozo Medina y de la Dehesa Gamonita, en los descansaderos de la Posadilla y del Charco de Botija. Durante toda la noche no pararon sonar los cencerros.
El Concejo de Puertollano presentó un recurso ante la Real Chancillería de Granada. Seis años más tarde, en octubre de 1751, el tribunal de apelación dio la razón al pueblo vecino. La sentencia señalaba que aunque, efectivamente, los pastos comunales eran usufructo de Mestanza, Puertollano tenía derecho como co-usufructuario de los mismos. No obstante, los mestanceños nunca olvidaron su primera victoria ni aquella jornada de cencerros y hogueras. Cada año los vecinos volvían a celebrar San Dámaso con alegrías renovadas. Corría el vino y se repartían raciones de pan con caldereta. Había música y bailes. Se encendían hogueras en la plaza, en las eras, en el Calvario. Un estruendo de cencerros recorría las calles. La fiesta pasó a conocerse como la Cancelaria de San Damas.
Con el paso del tiempo, la fiesta fue perdiendo vigor hasta desaparecer. Pero su recuerdo se trasmitió de padres a hijos. Al terminar la Guerra Civil, un vecino llamado Dámaso Ramírez Ruiz decidió recuperarla. Todos los años, en cumplimiento de una promesa, llevaba a la plaza una carga de leña. Poco a poco, los vecinos se fueron animando y aportaron pequeños haces a la pira. A día de hoy, el pueblo de Mestanza celebra la candelaria con una gran hoguera y una parrillada popular. Cada diciembre, los cencerros vuelven a repicar con fuerza en recuerdo de nuestros antepasados y de aquella lejana jornada de San Damas.
Este artículo se ha basado íntegramente en la magnífica investigación de Miguel Martín Gavillero titulada San Damas.
La colección de cencerros que muestra la fotografía pertenece a Diego Cascos y data del año 1940. Están hechos de chapa de hierro o de cobre e iban atadas al pescuezo de las reses mediante correas de cuero con hebillas.
La colección de badajos que muestra la fotografía pertenece a Manuel Cardo. Son piezas artesanales hechas a mano en madera de boj, retama y encina.