El emplazamiento de Mestanza no es casual. Sus primeros pobladores eligieron un cerro de elevada altitud y fuertes pendientes, rodeado de varios arroyos. Mientras que la altitud les permitía resistir un asedio o hacerse fuertes en tierra enemiga, la presencia de arroyos era un requisito indispensable para sobrevivir. Un viejo mapa de 1890 da cumplida cuenta de infinitos arroyos en nuestro territorio. Cuando iba por treinta me cansé de contar y aún quedaban bastantes. Lo cierto es que la mayoría están secos durante gran parte del año. El más cercano al pueblo es el arroyo del Santo, en el camino al cementerio. En 1902 se construyó un puente para sortearlo, aunque nunca he visto correr agua bajo sus arcos. Los arroyos de Valdecabras, Charco Botija o el Venero, sí llevan un caudal más constante, pero están algo alejados de la población y sujetos a sequías periódicas.

Para asegurarse un suministro de agua más estable y cercano, nuestros antepasados crearon pozos, fuentes, lavaderos y abrevaderos. Así surgieron la fuente del Médico, el pilar de los Huertos y, a lo largo del paseo, los pozos de la Rejada, de Enmedio y del Pocillo, donde las mujeres llenaban sus cántaros. Para lavar la ropa acudían al pilar de la Corchera o al lavadero de la huerta de Viruta. Estos lugares entrañables eran un punto de encuentro donde se renovaban los lazos afectivos y se rendían cuentas del estado anímico del pueblo. El chinchorreo era el denominador común de todos ellos. Las mujeres más jóvenes aprovechaban la coyuntura para ver a sus novios, que las esperaban en las esquinas o abrevando a sus animales. El agua de los pozos se extraía con cubos. En ocasiones, se les rompía la soga y eran necesarios unos ganchos de hierro llamados arrebañaderas para sacarlos del pozo. El agua del cubo se vertía en los cántaros. Las mujeres eran capaces de transportar un cántaro en la cabeza y otro en la cadera. Todo un arte, considerando las cuestas del pueblo y el empedrado de las calles.

El Pocillo es un lugar emblemático de Mestanza. Antiguamente, era solo uno de los tres pozos que había a lo largo del paseo. Actualmente, comprende toda el área del paseo, el quiosco, la pista de baile y la fuente del Pocillo. El frescor del arroyo y la brisa suave de la sierra lo convierten en un lugar ideal para las noches de verano. La fuente del Pocillo nació en el año 1901, con la instalación de una noria de hierro. Ese mismo año se comenzó a desbrozar y allanar el viejo camino del Olivar, sembrándolo de árboles para hacer el actual paseo. La fuente era un bello aljibe cubierto de ladrillo y rematado con una pequeña cúpula. Un brocal guarnecía la pileta, en la que varios grifos vertían el agua de los pozos. El agua sobrante iba a un gran pilón donde bebían los animales. La fuente actual es una reconstrucción de la antigua. Hasta la construcción del embalse del Montoro y la llegada de agua corriente a la población, estos tres pozos fueron la principal fuente de abastecimiento de agua de la población.

El pilar de la Corchera era un lavadero situado en la carretera de El Hoyo. Hoy día se llega a sus pilares por un camino muy agradable. Algunos vecinos ya lo conocen como la “Ruta del Colesterol”, quizá por los diversos aparatos de gimnasia que hay en sus inmediaciones. Más famosos fueron, sin duda, los lavaderos de la huerta de Viruta. Eloy Pedrero (a) Viruta era el único carpintero de Mestanza. Su huerta era un verdadero vergel gracias al enorme caudal de agua que brotaba de un manantial cercano. Eloy tuvo siete hijos, cuatro con su mujer y tres con su criada. Para sacar adelante a tanta prole, construyó un lavadero de veinte pilas techadas y empezó a cobrar tres pesetas por pila. Pese a que estaba a tres kilómetros del pueblo, las mujeres iban con sus cestas cargadas de ropa desde muy temprano. Pasaban el día lavando y charlando, cotilleando y bromeando. Muy pocas iban al lavadero municipal y ni siquiera cuando Viruta subió el precio a un duro dejaron de acudir.

La fuente del Médico está justo encima del pilar de los Huertos. En el famoso libro Espejo cristalino de las aguas de España (1697), el doctor Alfonso Limón, la cita como la “Fuente del Pilar”. En sus páginas señala que se trataba de un agua “delgada, cristalina y suave, (…), admirable para sanar los dolores nefríticos” y concluye: “Afirmamos que las aguas de esta fuente de Mestanza son dignas de toda estimación y recomendación”. Respecto al pilar de los Huertos, ¿Cuántas generaciones de niños aprendieron a nadar en sus aguas plagadas de sanguijuelas? El Catastro de Ensenada (1751) ya lo cita por este nombre, si bien la última remodelación data de 1909, cuando se crearon los tres pilones que vemos hoy en día. El pilón alargado servía de abrevadero y los otros dos, de baño para personas y para caballerías. El informe del secretario municipal don Norberto Moreno resaltaba el gran beneficio que suponía esta reforma, al evitar “las molestias y gastos que ocasionaba el tener que ir al río que dista seis kilómetros”. El informe señalaba que en las obras se hallaron “las ruinas del antiguo pilar que databa del tiempo de los árabes”, así como “un pocito redondo (…) que delataba fuera baño de personas aprovechando las aguas minerales procedentes de la fuente del Médico”. Esto convierte al pilar de los Huertos en la primera “piscina” de Mestanza. Cuando se abrieron los baños se contrató a un guarda que cobraba cinco céntimos a los bañistas y diez céntimos a las caballerías. Puede resultar sorprendente, pero incluso se instaló una caseta de madera para que los hombres pudieran ponerse el traje de baño. Las mujeres estaban excluidas de este privilegio, pese a que el pilón de los animales era conocido, irónicamente, como “el baño de las mujeres”. Del camino que conducía al pilar de los Huertos salía una senda a mano izquierda que llevaba al manantial de Fuente Agria. El sendero desapareció, pero hasta hace poco, aún se podía llegar cogiendo una vereda que salía a la izquierda desde la carretera al pantano, dejando a la derecha el huerto de Chicharito. Poco o nada pervive de aquella fuente de aguas ferruginosas. A mí, al menos, me queda el recuerdo de haber recorrido esos senderos con mi abuelo para coger higos y cardillos.

En 1952 se produjo un acontecimiento crucial en la historia de Mestanza. El 19 de mayo fue inaugurada la presa del Montoro por el jefe del Estado Francisco Franco. El diario Lanza señaló que “a su paso por Mestanza [el Caudillo] fue objeto de entusiastas muestras de adhesión por parte de todo el vecindario, que había levantado arcos en su honor y engalanado las fachadas de las casas del recorrido que había de realizar el Caudillo a través de la población”. Mi abuelo recordaba incluso algún espontáneo emocionado que se acercó al vehículo más de la cuenta, alarmando a la guardia mora que lo custodiaba. En 1963, por fin, llegó el agua corriente al pueblo. Desde entonces se produce el hecho (casi mágico) de abrir un grifo y ver fluir el agua a raudales. Ese mismo año se inauguró la famosa fuente de los Tres Caños, en los soportales del Ayuntamiento, y fue solemnemente bendecida. Más tarde llegarían las primeras lavadoras. Mi abuela nunca dejó de sorprenderse con este invento y siempre decía: “¡Que listo debía ser quien inventó la lavadora!”.
Aunque las comodidades presentes pueden inducirnos a ello, no debemos olvidar nunca la enorme importancia de los pozos, las fuentes y los lavaderos. Durante generaciones, nuestros antepasados fueron allí a llenar sus cántaros de agua, el elemento esencial de la vida. De alguna manera, todos sus descendientes albergamos en nuestro interior algo de estos lugares.

Los datos han sido extraídos de los libros de Miguel Martín Gavillero: Manantiales, fuentes y pozos públicos en Mestanza; y de Rafael Muñoz Romero: Mestanza, entre la historia y la leyenda. Los datos relativos a la huerta de Viruta proceden del blog Dextrangis.