La mayoría de los nombres de las calles de Mestanza obedecen a un motivo práctico: indicar el destino al cual conducen, ya sean poblaciones cercanas (calles de Hinojosas y Puertollano), lugares en las afueras del pueblo (calles del Charco, de los Huertos, del Telégrafo, de la Cañada y del Prado) o sitios del propio pueblo (calles del Calvario, de la Iglesia, del Castillo, del Santo, del Pozo Nuevo y de la Fuente). Otros nombres aluden a establecimientos comerciales (calles del Estanco, del Botico y de la Carnicería), a personajes o hechos históricos (calle Real, de la Paz y de Hernán Cortés) o a alguna celebridad local (calles de Heliodoro Peñasco, Llaguno y Santa Catalina). Hay ciertos nombres que reflejan un rasgo característico de la calle (calles Nueva, de la Cuesta y Umbría) o algún elemento particular ubicado en la misma (plaza de los Carros, calles del Olivo y del Cristo). Por último, hay calles de reciente creación (calles de la Constitución, Virgen de la Antigua, Saturia Hidalgo y Juan Vallejo) y otras cuyo nombre nadie sabe a qué o a quien se debe (calle de Ñago y de la Salud).
Empezaremos hablando de las calles que señalan un destino en las afueras del pueblo. Siento especial predilección por la calle del Charco, también conocida como de las Eras, pues es donde tenemos la casa familiar. Ya figuraba con ese nombre en el Catastro de Ensenada (1751), pero se desconoce su origen; en mi opinión se refiere a que conducía al charco formado por un manantial de Fuente Agria cuyo sendero desapareció hace años. Otra de mis calles “preferidas” es la calle del Telégrafo pues fue fundada por mi tatarabuelo Francisco Núñez. Al principio solo existía la vereda que conducía al telégrafo desde el Calvario, pero la decisión de Francisco de construir una casa frente a la de Cristóbal Pellitero dejando la vereda en medio, le otorgó rango de vía. La calle de los Huertos debe su nombre a que conducía al Pilar de los Huertos; de no haber existido este mítico lugar donde aprendieron a nadar tantos mestanceños, sería conocida como calle de Fuencaliente, pues de allí parte el camino a dicha población. La calle de la Cañada era conocida como la “calle que baja al Pozo Dulce”; este pozo se encontraba en el lugar conocido como “la Cañada” y al taparse el pozo, el sentido práctico fue modificando el nombre paulatinamente. La calle del Prado, por su parte, conducía al prado donde pastaba el ganado de los vecinos.
Respecto a las calles que indican un destino dentro del pueblo, destaca la calle del Calvario, que desemboca en la plaza homónima. Es un lugar emblemático donde antiguamente había una pequeña capilla conocida como la capilla del Calvario, donde se celebraban los actos de la Semana Santa. La calle de la Iglesia era conocida como la calle Empedrada, lo cual nos lleva a pensar que fue una de las primeras en empedrarse. En su parte baja aún se conserva el antiguo cartel donde figura “Yglesia” con la i griega. La calle del Castillo es la más alta del pueblo y nos trae el recuerdo de la antigua fortaleza árabe. La calle del Santo era conocida como la “callejuela que sale a San Sebastián” por hallarse una pequeña ermita dedicada a este santo al final de la calle, justo al otro lado del puente y del arroyo del Santo. La calle del Pozo Nuevo conducía al pozo situado en lo que se conoció hace años como “la fábrica”. Por último, la calle de la Fuente bajaba y baja a la fuente del Pocillo.
Hay ciertas calles cuya denominación viene dada por un establecimiento comercial concreto. Así sucede con la calle del Estanco, la del Botico o la de la Carnicería. Esta última se debe a la carnicería pública que existía justo donde hoy se alza la Casa de Cultura. En este grupo de calles estaba la callejuela de la Fragua de Andrés Barato (hoy plaza de los Carros), por ubicarse allí la herrería del pueblo.
Respecto a las calles que señalan hechos o personajes históricos destaca la calle Real, que cruza la villa de norte a sur. Antes era conocida como la calle Larga, cambiando su nombre con la llegada del rey Fernando VII El Deseado. Más tarde sería la calle del General Primo de Rivera y la calle de José Antonio. Como se ve, una de las prerrogativas de los alcaldes en los diferentes cambios de régimen ha sido la de poner patas arriba el callejero. La calle de la Paz quizá haga referencia al fin de la tercera guerra carlista; los guerrilleros carlistas atemorizaron a la población durante todo el siglo XIX, por lo que no es extraño que la conclusión del conflicto motivara la dedicatoria de una vía pública. La calle de Hernán Cortés fue un capricho municipal; antes se llamaba calle de Cristóbal Colón y, quien sabe, quizá algún día sea la calle de Cervantes o de Felipe II.
Hasta el día de hoy no ha habido ningún mestanceño universal. Las calles dedicadas a celebridades locales pertenecen a gente nacida fuera del pueblo. Heliodoro Peñasco era de Aldea del Rey; fue secretario del Ayuntamiento tan solo cuatro años pero se hizo famoso después de ser asesinado a tiros cuando salía de Argamasilla a lomos de su caballo. Las calles de Llaguno y Santa Catalina deben su nombre a la construcción de las escuelas en 1905. Las escuelas fueron erigidas por el maestro de obras don Manuel Llaguno y financiadas por el filántropo don Nicanor Hernán de los Heros y su hija doña Catalina. En agradecimiento, el pueblo otorgó sus nombres a la “plaza de Hernán de los Heros” (actualmente “plaza de los Carros”) y a las calles de Llaguno y Santa Catalina.
Hay tres calles bautizadas por algún rasgo característico de la misma: la calle Nueva (porque se hizo nueva allá por el siglo XVIII), la calle de la Cuesta (porque está en cuesta) y la calle Umbría (por que suele dar la sombra). Esta última fue conocida durante siglos como calle del Carnero. Antiguamente, el “carnero” era la denominación del “osario”: el lugar destinado para reunir los huesos que se sacaban de las sepulturas del interior de la iglesia a fin de volver a enterrar en ellas. Otras calles tenían un elemento tan particular que otorgaba su nombre a la misma, ya fueran unos carros agrícolas (plaza de los Carros), un olivo (calle del Olivo) o un Cristo en la hornacina de una de las fachadas (calle del Cristo).
El lugar más importante del pueblo es la plaza de España. Allí se ubican el ayuntamiento y la iglesia. Desde la Edad Media la villa de Mestanza se rigió por un régimen de concejo abierto: todos los vecinos eran convocados a “campana tañida” en el interior de la iglesia para debatir y adoptar decisiones que afectaban a la comunidad. Así lo reflejan las Ordenanzas de Mestanza de 1530: “Estando ayuntados en la yglesia del señor Santiestevan desta dicha villa a campana tañida según lo que habemos de uso y costumbre”. No fue hasta el siglo XVIII cuando se erigió el edificio del ayuntamiento. El Catastro de Ensenada (1751) señala: “Hay una casa en esta población y plaza pública que sirve de audiencia donde la villa celebra sus decretos y ayuntamientos”. El Diccionario de Pascual Madoz (1848) indica: “Hay casa de ayuntamiento bastante antigua y cárcel en el mismo edificio”. Es muy probable que el ayuntamiento a mediados del siglo XX fuera el edificio original del siglo XVIII, pues según diversas fuentes se encontraba en un estado absolutamente ruinoso. En 1958 se acometió la primera reconstrucción del mismo; en 1992 la segunda y definitiva hasta la fecha.
Ya pasaron los tiempos en que las recuas de mulos subían y bajaban las calles de Mestanza cargadas de paja, granos o lo que fuera. Jornaleros, mineros, mujeres que iban al Pocillo con sus cántaros… un trasiego constante. Hoy día, con el buen tiempo, los vecinos sacan las sillas a la puerta de sus casas y arman sus coloquios. Sus voces traen recuerdos de otros tiempos; peores en algunos aspectos; mejores en otros.
