Bandoleros carlistas: el ángel exterminador

          Con la muerte de Barba dio comienzo en Mestanza la primera guerra carlista[1]. Muchos guerrilleros que habían combatido contra los franceses en la Guerra de la Independencia volvieron a las armas en apoyo del pretendiente don Carlos de Borbón. Las gavillas carlistas, enardecidas por los párrocos, estaban formadas por campesinos, carpinteros, herreros, arrieros, carreteros, sastres; y por bandidos y salteadores que se amparaban en la impunidad de llamarse cruzados de la Causa o partidarios del Pretendiente. La sierra de Mestanza les ofreció un amparo inmejorable[2]. Todos eran expertos conocedores del terreno y de la táctica de la guerrilla y muchos habían sido héroes populares de la Guerra de la Independencia, como El Locho, Chaleco, Chambergo, Palillos, El Arcipreste o El Apañado. Entre todos ellos, brilló con luz propia el atroz Manuel García de la Parra, alias Orejita.

          OrejitaEn abril de 1835, justo un año después de la muerte de su correligionario Barba, el susodicho Orejita se plantó en Mestanza al mando de veintiún hombres mal uniformados, peor encarados y armados hasta los dientes. Tenía la sana intención de fusilar al artífice de aquel homicidio y, de paso, a un oficial retirado que pasaba por allí. Por suerte para ellos, Orejita apreciaba el dinero y se abstuvo de ejecutarlos por “la módica cantidad de 6.500 reales” que le ofreció el Ayuntamiento. Era la llamada “santa limosna”. En los años siguientes, Orejita caería sobre el pueblo como un ángel exterminador, ejecutando sin piedad a sus oponentes. La lista de asesinados que dieron con sus huesos en el cementerio municipal es apabullante[3]. Estaba claro que Mestanza era uno de esos sitios que, como dijo Germond de Lavigne, no se podía visitar sin haber hecho testamento.

          Uno de los episodios más sangrientos tuvo lugar en Calzada de Calatrava, su pueblo natal. Al llegar la famosa expedición del general carlista Basilio García al lugar, muchos liberales se refugiaron en la iglesia. Pío Baroja lo cuenta en Las aventuras del capitán Chimista: entre Orejita y el prior don Valeriano decidieron que era una vergüenza dejar a los cristinos tranquilos en la iglesia. Ante la negativa de los sitiados a rendirse los soldados carlistas entraron en ella e hicieron un montón de haces de leña, sarmientos, ramas y maderas de altares y retablos, lo encendieron y cerraron de nuevo las puertas. Al poco, por las ventanas de la iglesia, comenzó a salir un humo terrible y una explosión de gritos y lamentos de mujeres y niños.

– ¡Qué bien templado está el órgano! –dijo el ingenioso prior don Valeriano.

Los liberales comenzaron a tocar la campana, a pedir socorro desesperadamente y a decir que se rendían. Pero los carlistas, a todo el que aparecía por las ventanas y los tejados, le acribillaban a tiros. Finalmente se hundió la bóveda de la iglesia y perecieron ciento sesenta personas, en su mayoría mujeres y niños.

          199Su fama llegó a tal extremo que George Borrow, el célebre vendedor de biblias protestantes, expresó en su libro La Biblia en España su temor a “caer en manos de Palillos y Orejita”. En 1836 fue nombrado general en jefe de los ejércitos carlistas de La Mancha y Extremadura, con nueve mil hombres bajo sus órdenes. En 1837 fue proclamado brigadier del Regimiento de caballería de Cazadores de Carlos V. El Gobierno puso precio a su cabeza como en el lejano Oeste: se busca a Orejita vivo o muerto, recompensa: 6.000 reales. Mientras tanto, el cabecilla carlista ya había hecho de Mestanza su cuartel general, y paseaba por el pueblo como Perico por su casa protegido por el llamado Tercio Sagrado, una guardia personal compuesta de veinte fanáticos exreligiosos procedentes de los conventos de La Mancha. En 1837, ante el cariz que estaba tomando la situación, el Gobierno encargó al general liberal Ramón María Narváez el exterminio de los facciosos en La Mancha. Desde ese momento, la crueldad por ambas partes llegó a extremos impensables. Narváez fusiló a la madre de Palillos, que contaba ochenta y un años; el doctor Máximo García, en su libro Diario de un médico, advertía que “verá usted todavía diseminados por diferentes parajes huesos insepultos, que confundidos con los de los animales yacen sobre la tierra”.

          Finalmente, el 5 de octubre de 1838 moría Orejita en un combate cerca de El Hoyo de Mestanza. Varios mestanceños de su partida, como Basilio Serna o Pascasio Barrera, optaron por entregar las armas y acogerse al indulto del Gobierno. Los guardias urbanos de Mestanza, al igual que habían hecho con Barba, escoltaron el cadáver de Orejita hasta Ciudad Real para ser expuesto al escarnio público. Al salir de Almagro, fueron atacados por un grupo de carlistas que pretendían recuperar el cuerpo de su líder, pero los de Mestanza lograron rechazarlos. La noticia de su muerte se extendió por toda Europa. El periódico alemán Allgemeine Zeitung publicó en letra gótica el siguiente titular: «Auch der bekannte Orejita fiel am 1 in der Sierra de Mestanza den Truppen der Königin in die Hände, und wurrde erschossen». Es decir:

«El famoso Orejita fue el primero en caer en la Sierra de Mestanza tras ser rodeado por las tropas de la Reina, que le abatieron a tiros».

 

[1] La primera guerra carlista (1833-1840) enfrentó a los partidarios de la reina María Cristina, que defendía los intereses de su hija Isabel para suceder a Fernando VII, y los carlistas o partidarios de proclamar como rey a Carlos María Isidro, hermano del monarca fallecido. María Cristina fue regente desde la muerte de su esposo en 1833 hasta que fue destituida en 1840. Su apoyo a los liberales (también llamados cristinos) para rechazar las pretensiones de los carlistas originó la primera de estas guerras.

[2] La historiadora Manuela Asensio, en su libro El carlismo en la provincia de Ciudad Real (1987) señala que el término de Mestanza se hallaba “enjambrado” de facciosos, que se hicieron invencibles en sus sierras.

[3] En su magnífico ensayo Las gavillas carlistas en la jurisdicción de Mestanza (2016), Miguel Martín Gavillero enumera con precisión los asesinatos cometidos en Mestanza, El Hoyo y Solana del Pino.

Bandoleros carlistas: la cacería

En la primavera de 1834, tras varias semanas de cacería, la milicia urbana de Mestanza mató al bandolero carlista Eugenio Ibarba, alias Barba, en el sitio de la Jandulilla. Los días anteriores ya habían caído su lugarteniente Juan Díez Rodero y otros miembros de su partida, como el sanguinario José Manzanares, alias El Sastre. Pese a estar malherido en una pierna, Barba había logrado burlar a numerosas tropas procedentes de Sevilla y Fuencaliente que, desesperanzadas, optaron por retirarse dejando solos a los soldados de Mestanza. Lejos de arredrarse, el alcalde don Joaquín de Palma y Vinuesa continuó una persecución sin tregua acompañado de los tres urbanos de la villa –Juan Castellanos, Nicolás Larios y Antonio Rodríguez- y de una temible jauría de perros de caza. Estaba convencido de que “en su desesperación, [Barba] se dejará morir de hambre y cansancio antes que rendirse”. Cuando lograron acorralarle, el irreductible bandolero abrió fuego a discreción arrancando media chaqueta a uno de los urbanos. Después, aún pudo volver a emboscarse y ni siquiera los perros pudieron dar con él en todo el día. Finalmente, la mañana del 28 de abril, cayó abatido a tiros.

El alcalde emitió un lacónico comunicado: “Viva nuestra amada reina doña Isabel II. El famoso Barba ha sido muerto”. Las palabras del Gobierno fueron más retóricas:

BarbaLoor al digno regente de la villa de Mestanza. Se ha cubierto de una gloria que no se marchitará (…) porque ha purgado a esta provincia del monstruo que tantos daños ha causado, repartiendo por todas partes alarma y consternación (…) El valiente y digno alcalde mayor de la villa de Mestanza, don Joaquín de Palma y Vinuesa, no satisfecho con llevar los deberes que le impone su noble profesión de jurisconsulto (…), dejó el descansado retiro de su despacho, y empuñando las armas, voló ansioso de gloria a tomar parte en los campos del honor. Reunido con unos cuantos urbanos recorrió sierras, escudriñó montañas, y con una vigilancia incansable buscaba a los enemigos de nuestra augusta soberana y del reposo público. No infructuosas fueron sus vigilias, pues después de haber capturado al segundo jefe de la gavilla del furibundo Barba y otros de sus partidarios, dio la muerte a éste y trasladó su cadáver a esta capital.

Si don Joaquín de Palma hubiera sido norteamericano, tendría unas cuantas películas sobre su hazaña protagonizadas por John Wayne o James Stewart. Muchas leyendas del Far West como Billy the kid o Wyatt Earp son sombras al lado de Eugenio Barba o Joaquín de Palma. Y muchos sucesos casi mitológicos, como el tiroteo de OK Corral son juegos de niños en comparación con los combates entre los urbanos de Mestanza y los bandoleros carlistas. Pero es lo que hay. Valgan estas líneas para evitar que estos hechos heroicos se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia