El alcalde Antonio Carrilero

           

La Segunda República española debió significar el triunfo de la democracia. Por desgracia, las derechas, las izquierdas y los nacionalismos periféricos se conjuraron para liquidarla desde el mismo año de su proclamación (1931). Durante todo el periodo republicano, los sindicatos anarquistas (CNT) desencadenaron sucesivas rebeliones violentas (en especial la revolución de Casas Viejas en 1933); en 1932 se produjo el absurdo y fracasado golpe de estado del general Sanjurjo; en 1934 el PSOE optó por la insurrección contra el gobierno de derechas (CEDA) en la llamada revolución de Asturias; ese mismo año se autoproclamó un estado catalán; por último, cuando una coalición de izquierdas (Frente Popular) encabezada por Manuel Azaña e Indalecio Prieto ganó las elecciones en febrero de 1936, un grupo de militares empezó a organizar la conspiración. Tras una primavera plagada de desórdenes públicos por ambos bandos (asesinatos políticos, huelgas, etc.) estalló el golpe de estado el 18 de julio de 1936 y la consiguiente guerra civil.

            La insurrección contra el gobierno de la República promovida por el PSOE (1934) tuvo su eco en Mestanza. En la madrugada del 6 de octubre, una decena de hombres armados con escopetas irrumpió en el ayuntamiento. El alcalde Antonio Carrilero (del PSOE), que estaba a la cabeza de los insurrectos, izó una bandera roja en el balcón y proclamó el comunismo libertario. A la mañana siguiente, una multitud se concentró en la plaza gritando: ¡Viva el comunismo libertario! ¡Viva la revolución social!. La revuelta duró poco. La llegada de la guardia civil acabó con la insurrección y se produjeron numerosas detenciones. El alcalde fue suspendido de sus funciones y condenado a prisión en Cartagena. No estuvo mucho tiempo en la cárcel: el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 declaró la amnistía de los detenidos y todos fueron puestos en libertad. El nombre de Antonio Carrilero habría pasado sin pena ni gloria, más allá de este acontecimiento. Sin embargo, el alcalde merece ser recordado porque cuando llegó el momento de la verdad, demostró ser una de esas escasas personas que se rebelan contra la crueldad institucionalizada y preservan intacto el fuego de su humanidad.

            Es bien sabido que, en todas las guerras y en ambos bandos, las retaguardias son lugares donde proliferan oportunistas, ladrones y asesinos que se pasean con armas cómodamente alejados de los rigores del frente. Esta chusma que se dedica a matar, torturar, violar y robar fue la que se presentó en Mestanza el día 7 de agosto de 1936 procedente de Puertollano. Se trataba de un grupo de anarquistas de la CNT que, en nombre del pueblo y de la República, detuvieron a 32 vecinos con el propósito firme de asesinarlos en una cuneta o en la tapia del cementerio. El alcalde se encontraba de viaje en Madrid pero, por suerte, regresó ese mismo día. Sobre las seis de la tarde, al llegar al pueblo, se encontró con los anarquistas dispuestos a fusilar a los detenidos aquella misma tarde. Lo que sucedió a continuación lo describieron numerosas personas presentes y su relato coincide punto por punto. Antonio Carrilero se plantó frente a los anarquistas y les espetó: “El pueblo de Mestanza no se mancha en sangre mientras yo sea alcalde”, a lo que añadió: “si ustedes no abandonan este pueblo, procederé contra ustedes”. La firmeza del alcalde hizo que los anarquistas recularan: “Nos marchamos, pero conste que nosotros hemos venido aquí viendo la cobardía de ustedes, ya que no son capaces de matar a los fascistas de este pueblo”.

            El 1 de abril de 1939 terminó la Guerra Civil con la victoria del bando sublevado. Pocos días antes, Mestanza había sido ocupada por un tabor de las Fuerzas Regulares Indígenas marroquíes. Antonio Carrilero fue encarcelado en la prisión de Astorga (León) y condenado a doce años. El 7 de agosto de 1940, justo cuatro años después de su heroica acción, 42 vecinos del pueblo adictos al Régimen firmaron una carta dirigida a la Auditoría Militar de Ciudad Real en la que pedían su libertad. La misiva explicaba con detalle cómo Antonio Carrilero había arriesgado su vida evitando un baño de sangre y le describía como un “hombre honrado en extremo y digno entre los buenos”, “de buenos antecedentes y de sentido humanitario” y que “supo conducir a su pueblo al extremo de la honradez”. Las autoridades rebajaron la condena a seis años.

El 3 de octubre de 1951, Antonio Carrilero moriría de un infarto en su casa de la calle de los Huertos. En Mestanza, su nombre permanece como un símbolo de dignidad y de libertad de espíritu frente a la barbarie.

Este artículo ha utilizado los estudios El fin del comunismo en Mestanza y Héroes que parió la nada de Miguel Martín Gavillero.

El Cerro del Mosquito

A los mestanceños de la XVI Brigada Mixta.

            En julio de 1937, la 16 Brigada Mixta fue destinada al Frente de Madrid para participar en la gran ofensiva de Brunete. En esta batalla, que se desarrolló entre el 5 y el 26 de julio de 1937 con temperaturas elevadísimas, se enfrentaron unas fuerzas republicanas de 80.000 hombres contra un contingente franquista de brunete la nueve60.000 soldados. Los consejeros militares soviéticos habían convencido al nuevo jefe de gobierno, Juan Negrín, y al ministro de defensa, Indalecio Prieto, para que desencadenasen una ofensiva cerca de Madrid, con objeto de aliviar la presión rebelde en el Cantábrico y sobre la capital. El mejor estratega republicano, Vicente Rojo, planeó la operación. Atacarían por Brunete, un pueblo a treinta kilómetros de Madrid, en medio de un llano carente de defensas naturales, que los nacionales tenían casi desguarnecido. El 5 de julio, varios regimientos penetraron con sigilo en territorio enemigo y atacaron Brunete por la retaguardia, al mismo tiempo que otros lo hicieron de frente. El pueblo cayó a media mañana, vencida la resistencia de sus escasos defensores. Las tropas republicanas, apoyadas por carros de combate y abundante artillería, abrieron una amplia brecha en las líneas nacionales. Franco se vio obligado a enviar tropas del norte (lo que ralentizó la conquista del Cantábrico), pero a los dos días logró taponar la brecha. Como señala Juan Eslava Galán, lo que vino a continuación fue el clásico forcejeo de carnero, cada ejército quemando material y hombres contra el otro.

          El día 9 de julio, tras conquistar Villanueva de la Cañada, la 16 Brigada Mixta acudió en auxilio de la XV brigada angloamericana que llevaba el nombre del legendario Lincoln. Ante su línea de avance se encontraron con un altozano que los lincoln batallionbrigadistas bautizarían como el Cerro del Mosquito, por el característico ruido de las balas. Aquí tendrían lugar los combates más espantosos de la batalla de Brunete. Ambas brigadas pasaron a depender del coronel húngaro János Gálicz, más conocido como el General Gal. Todas las crónicas le señalan como el oficial más misterioso e incompetente de las brigadas internacionales. Unos hablan de su mal carácter, otros de sus delirios de grandeza. Lo que parece cierto es que sus tácticas suicidas provocaron un número de bajas intolerablemente alto. En su obra Por quién doblan las campanas, Hemingway fue tajante: “De ser cierto la mitad de lo que se decía de él, merecía que lo fusilaran. Y aunque solo lo fuese el diez por ciento”. Al terminar la guerra fue ejecutado en Moscú por orden de Stalin.

          Durante varios días, la 16 y la Lincoln trataron de tomar el cerro, pero la aviación alemana lo hacía imposible. Uno de los primeros en caer fue Oliver Law, el oficial negro que mandaba el batallón Washington. Sería enterrado allí mismo bajo el epitafio: “Aquí yace Oliver Law, el primer americano negro que mandó a los americanos blancos en combate”. El parte de operaciones del 11 de julio destaca:

Los insistentes ataques se han visto paralizados varias veces por las frecuentes visitas de la aviación enemiga, que ha ametrallado y bombardeado las líneas y fuerzas republicanas con saña. Además de los muertos y heridos, existe un alto número de soldados evacuados en estado de agotamiento físico y nervioso.

Los cazas alemanes se lanzaban en vuelo rasante ametrallando a las tropas republicanas, mientras los brigadistas, tumbados de espaldas, trataban infructuosamente de alcanzarlos con sus fusiles. Mi abuelo recordaba aquel monoplano compacto, elegante y de un solo motor que se movía con una celeridad sin precedentes. Era el Messerschmitt Bf-109, que estaba haciendo su debut en combate. Este caza se convertiría en el mortífero pilar de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial. El brigadista Harry Fisher recordaba:

Primero se escuchaba el chirrido terrible de las bombas mientras caían desde los aviones, después el rugido de las explosiones y finalmente el silbido de los trozos de metralla que pasaban volando por encima nuestro (…) Cuando ya habían soltado todas sus bombas, los aviones volvían, ahora para ametrallarnos…

        El día 12 de julio los republicanos reciben órdenes de mantener las posiciones alcanzadas en el Cerro del Mosquito. A partir de ese momento, la 16 Brigada intentó resistir en la loma en condiciones extremas. Durante dos semanas proseguirían los combates para intentar mantener las líneas. Dos semanas sin poder lavarse ni apenas dormir, sintiendo día y noche sobre sus cabezas el ruido de los aviones y el estampido de los obuses. El parte de operaciones del día 19 de julio muestra claramente la tensión de todo un día de combate, desde la madrugada hasta la noche:

Frustrado el contraataque republicano de la madrugada, al poco se inicia la acción ofensiva del enemigo sobre el subsector de la 16 brigada (…) Se inicia a las 10 horas y a las 13 adquiere un carácter violentísimo (…). A las 19:30 comunica la 16 brigada (…) que está recibiendo un violento ataque enemigo. Inmediatamente se ordena a la artillería que abra fuego de barrera delante de las líneas de esta brigada y a los tanques que apoyen su acción defensiva, pero a pesar de estas medidas la 16 brigada se ve obligada a retroceder (…). La 16 brigada pasa al contraataque en torno a las 21 horas.

          Pero quizá lo peor era el calor y la carencia de agua. Hasta el Guadarrama bajaba seco. Los tanquistas se consumían de sed dentro de sus carros de combate mientras los artilleros, para refrigerar sus ametralladoras Maxim, orinaban dentro de las camisas de enfriamiento que rodeaban los cañones. El sol era tan fuerte que carro t26algunos soldados experimentaron una especie de ceguera de la nieve en la que todo se veía blanco. Las bombas y la metralla incendiaban la hierba y los matojos secos. El comisario George Aitken recordaba como “caía casi todo el mundo medio muerto por la fatiga, con el calor, la sed y la falta de comida”. El explorador Frank Graham relataba: “Estábamos extenuados, el calor era terrible. Tuvimos pérdidas terribles. No podíamos conseguir agua para la tropa”. La sed era tan fuerte que los soldados cavaban agujeros en el lecho seco de un arroyo, para beber un agua turbia que, como dijo un soldado, sabía a mula muerta. Apareció la diarrea. Los apretones eran tan súbitos y repetidos que algunos hombres se cortaron los pantalones para poder responder a tiempo. El enfermero Menai Williams recordaba aquel arroyo: “Tuve mucha gente que murió yendo al puesto de socorro que yo tenía en el Cerro del Mosquito (…) en el lecho de un río seco (…). Pedían a gritos agua. Estaban muriéndose”.

        La contraofensiva franquista fue implacable. El general Varela sabía lo delicado de la situación y exigió las mejores y más numerosas unidades del ejército rebelde. En la llanura, los carros de combate republicanos T26 eran un blanco fácil para la aviación. La mitad fueron destruidos o capturados. Desde el aire, los bombarderos Junker 52 y los cazas Heinkel 51 bombardearon y ametrallaron las trincheras enemigas mediante el sistema de “cadena”: una circunferencia de avionesPolikarpov-102 El chato que iba rotando de manera que siempre había uno disparando. Ni los Chatos ni las Moscas soviéticos pudieron hacer nada contra ellos. El parte de operaciones del día 23 de julio informa de que “la 16 brigada (…) empujada por el ataque enemigo fuera de sus líneas de vanguardia, las (…) ha tenido que abandonar combatiendo». El parte de operaciones del día siguiente señala que “un fortísimo ataque (…) consigue derrumbar (…) las líneas (…) de la 16 brigada». Mi abuelo y sus compañeros se retiraron finalmente el día 25 de julio. Como señala Antony Beevor, atrás quedaba una zona cubierta de cadáveres ennegrecidos, hinchados, pudriéndose al sol porque los camilleros no daban abasto para recogerlos.

          La ofensiva de Brunete no cumplió los objetivos previstos y la 16 Brigada se retiró del Frente de Madrid para ser trasladada al Frente de Aragón. El día 25 de julio, Wolfram von Richthofen, comandante de la Legión Cóndor, anotó en su diario:

Todos los ataques rojos han sido rechazados. Incontables rojos muertos se descomponen al sol. Hay tanques rojos fuera de combate por todas partes. ¡Qué gran panorama!…

4.1.2
Messerschmitt Bf 109

Las Piedras del Hituero y el Jueves Lardero

A mis padres      

          Existe en Mestanza un sitio mágico donde parece manar una primitiva energía telúrica. Este lugar donde se cruzan el arbitrio de la naturaleza y el albedrío de los hituero1hombres es conocido desde tiempos inmemoriales como las Piedras del Hituero. Se trata de unas enormes piedras bruñidas por el paso de los siglos que sirvieron a nuestros antepasados como un hito en el camino –de ahí su nombre[1]– y como un lugar donde celebrar sus festividades paganas. No es casualidad que hasta hace pocos años, los mestanceños peregrinaran hasta este sitio para dar comienzo al carnaval, la más pagana de todas las fiestas. Era el llamado Jueves Lardero durante el cual las familias comían el célebre hornazo, una torta de masa cocida con un huevo y un chorizo, que servía de despedida antes del ayuno de la Cuaresma. La palabra lardero, que procede del latín lardum, significa precisamente tocino.

          En los carnavales de 1934 apareció una comparsa titulada Estudiantina de Diego Corrientes y su partida que ganaría diversos premios en varios pueblos de la provincia. diego corrientesSu autor, Juan Aranda Serna, versificó una antigua leyenda según la cual el famoso bandido Diego Corrientes (1757-1781), el llamado “bandido generoso” que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, habría pernoctado en las Piedras del Hituero:

Hemos dormido esta noche

en las Piedras del Hituero,

y llevamos a esta hembra

que la llamamos Consuelo.

Consuelo del alma mía,

lucero resplandeciente,

vente ya con la partida

que aquí está Diego Corrientes.

Diego Corrientes te jura

lo que tiene prometido:

que serás la capitana

de todos estos bandidos.

          Al Hituero se llega por el viejo camino de Fuencaliente. Este sendero, hollado por arrieros desde hace siglos, sirvió de retirada a las maltrechas tropas del brigadier Copons cuando fueron cercadas en Mestanza por los ejércitos de Napoleón. La noche del 20 de enero de 1810, con luna llena, los batallones de Copons cruzaron el pueblo en formación, y tras abrevar a sus caballos en el Pilar de los Huertos, se adentraron en la profundidad de la sierra. En su diario de operaciones, el brigadier anotó la penosa retirada:

En esta marcha de 7 leguas sufrió la tropa todas las incomodidades que se pueden reunir: casi desnudas, descalzas y sin cesar de nevar, atravesando un país montaraz, andando por sendas, teniendo que pasar continuamente arroyos crecidos y altas montañas.

          El mejor momento para visitar las Piedras del Hituero es al amanecer, cuando la niebla flota en jirones inmóviles sobre los árboles y el sol enciende los líquenes hituero2amarillos de las rocas. Solo se escucha el murmullo del arroyo de Valdecabras, rápido y caudaloso. Hace unos días estuvimos allí con los niños, buscando las armas que un familiar escondió en alguna hendidura al terminar la Guerra Civil. Como cabía esperar no encontramos nada, pero… ¡Quién sabe si alguna pistola Astra o Star[2] duerme aún entre estas piedras insignes!

 

 

[1] El topónimo Hituero significa hito o mojón, y su etimología procede del latín vulgar fictus, que significa “fijo” o “fijado” y que es precisamente la función que tienen los mojones como elementos delimitadores de un territorio.

[2] Estas fueron marcas más usuales que figuran en el listado de licencias de armas concedidas en Mestanza a finales de 1936.

Segundo Mozos en el desierto del Rif

No era un intelectual prominente ni un portento físico, pero era un hombre valiente. Conservo una foto suya que tengo delante mientras le pego a la tecla. Fue tomada en Melilla en el verano de 1940, poco antes de ser internado en el campo de prisioneros de Ibarudien. La imagen es un poco borrosa por el paso de los años, pero muestra a un soldado uniformado con el pelo rapado y la mirada atenta. Bajo la guerrera se adivina un hombre pequeño y delgado. La foto está grapada a una ficha que reza: “Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores número 24”.

No sé si es posible un paraíso terrenal, pero un infierno en la tierra sí es factible. A lo largo de la historia el hombre ha creado unos cuantos con inventiva y eficacia. El campamento Ibarudien, perdido en medio del desierto africano del Rif, era uno de ellos. Rodeado de alambradas por los cuatro costados, el campamento tenía unas cincuenta tiendas de campaña alineadas en dos calles y varios barracones con techumbres metálicas. Allí fueron a parar un puñado de prisioneros de guerra de Mestanza con la misión de completar a pico y pala la construcción de varias pistas. Durante meses sufrieron todo tipo de enfermedades, desde el tifus hasta la disentería, padecieron el hambre y la sed, y sufrieron vejaciones y brutales palizas por las causas más nimias. En aquellas condiciones atroces de vida, no pasaba una semana sin que varios compañeros dejaran la piel que habían salvado de tres años de guerra.

20161127_104515-1Los días se sucedían, lentos y penosos, como un desfile de camellos. Con los primeros rayos, los soldados partían en columnas hacia el tajo. Iban arrastrando sus roídas alpargatas en una larga caminata a través de un paisaje polvoriento, apenas alterado por unos pocos matorrales resecos y algunas chumberas. Y durante todo el día, derretidos bajo la solana, cavaban aquella tierra roja bajo la férrea vigilancia de los escoltas. Al atardecer, regresaban al campamento y dedicaban las últimas horas a despiojar sus ropas harapientas. Tras la puesta de sol, nadie podía abandonar la tienda bajo ningún concepto, ni siquiera para hacer sus necesidades. Al que se atreviera a contravenir la prohibición, le aguardaba una ejecución sumarísima. Todos los hombres sabían que no era un farol. Más de un incrédulo había amanecido con un tiro en la nuca.

La luna llena se filtraba por la tela de la tienda de campaña como vapor hirviendo. No soplaba ni una gota de aire. Nuestro hombre observó a sus paisanos sedientos y a los enfermos trémulos de fiebre. El calor sofocante les quemaba la piel. Sin pensárselo dos veces, saltó de su catre y se deslizó fuera de la tienda. Cruzó el campamento. Nada se movía, excepto las sombras grises de los centinelas. Tumbado boca arriba, metió los pies en la alambrada y se arrastró sobre sus codos hasta superar las tres hileras de alambre. Al salir del campamento, se alejó agachado, casi a rastras, hasta llegar a una vacada. Cogió un par de cubos y ordeñó varias vacas hasta que la leche, blanca como la luna, rebosó por los bordes. Aquella noche y otras muchas, algunos saciaron su sed y otros salvaron la vida.

En aquel lugar hostil donde, inevitablemente, el egoísmo y el mirar cada uno por sí eran obligados, un hombre sólo, sin otras armas que la astucia y el valor, demostró que en el ser humano hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. Alguien dijo que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos. Estos días se cumplen 75 años de aquellos hechos. Pueden ir al cementerio del pueblo y rendirle un callado homenaje. Se llamaba Segundo Mozos Muñoz.

 

(Publicado en el Catálogo de Fiestas de 2015)