El cerro del Castellar

Poco antes de llegar al puerto de Mestanza, según se viene de Puertollano, sale a la derecha una antigua vereda que asciende al cerro del Castellar. Desde sus 1.036 metros de altitud se divisan -y controlan- los valles de Alcudia (al sur) y del Ojailén (al norte). Este lugar estratégico conserva vestigios de construcciones que han sido datadas por los arqueólogos en la Edad de Bronce (II Milenio a.C.). De ser así, estamos hablando de las edificaciones más antiguas de nuestra comarca.

El cerro del Castellar era un poblado fortificado provisto de dos murallas concéntricas que cubrían todo el perímetro de la cima excepto las zonas protegidas de forma natural por rocas escarpadas. Dentro del recinto se conservan dos aljibes (cegados con piedras) y abundantes restos cerámicos. Estos asentamientos en altura -conocidos en el argot arqueológico como “castellones”- son propios del llamado “Bronce de la Mancha” y responden a las necesidades defensivas de una sociedad en guerra continua.

Durante la Edad de Bronce se produjo un desarrollo de la agricultura cerealista y de la ganadería diversificada (ovejas, gallinas, asnos). La revolución agrícola (cultivo de trigo y cebada) proporcionó mucha más comida al territorio y la población se multiplicó exponencialmente. Con el tiempo, la población creció por encima de la producción y no hubo cebada suficiente para todos; entonces comenzaron los conflictos entre los distintos poblados por las cosechas y los graneros. Toda persona sabía que en cualquier momento los vecinos podían invadir su territorio, derrotar a su ejército, masacrar a su gente y ocupar sus tierras. Esto explica el elevado número de castellones defensivos en la provincia de Ciudad Real (de los que solo el cerro de la Encantada, en Granátula de Calatrava, ha sido objeto de trabajos arqueológicos). Muchos de estos asentamientos serían utilizados en la Edad Media con la misma finalidad defensiva, como se ha podido documentar en el castillo de Mestanza.

El descubrimiento del bronce (aleación de cobre y estaño) no solo dio nombre al periodo (Edad de Bronce), sino que supuso la aparición de un nuevo elemento esencial para la guerra: la espada. En el Museo Arqueológico Nacional se conserva una espada de bronce con empuñadura de plata que fue hallada en el cerro de San Sebastián (Puertollano); en la Dehesa Boyal se hallaron catorce espadas y restos de lanzas y empuñaduras; en el Alamillo se descubrió una estela que mostraba a un guerrero con un casco de cuernos y una espada de lengua de carpa. Estos hallazgos arqueológicos y la propia existencia de los castellones corroboran la existencia de un alto grado de violencia organizada durante aquella época.

La fortificación del cerro del Castellar y las espadas de bronce nos recuerdan que la guerra ha formado parte de la cultura humana desde sus orígenes. El viejo debate entre Thomas Hobbes (“El hombre es un lobo para el hombre”) y Jean-Jacques Rousseau (El hombre es un “buen salvaje”) se ha cerrado a favor del filósofo inglés. La violencia es tan antigua como la humanidad.